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¿Qué será de Ciudadanos?

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Se han cumplido ya los dos años des de que Josep Oliu, presidente del Banco Sabadell, lanzara lo que pareció una boutade: [debiéramos] “crear una especie de Podemos de derechas”. Lanzada la idea con tono supuestamente humorístico, el banquero catalán había dicho antes en un tono más serio que "el Podemos que tenemos, nos asusta un poco". La idea de auspiciar un nuevo partido encontró seguidores y apoyos suficientes, y se materializó en torno a una formación política que había nacido en 2005 en Cataluña, con el nombre de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía (C’s).

Con un programa que decía pivotar sobre conceptos como Ciudadanía, Libertad e Igualdad, Laicismo, Bilingüismo y Constitución, hacía bandera de la españolidad de Cataluña, y se posicionaba como la alternativa partidaria y electoral de los refractarios al catalanismo político en cualquiera de sus versiones. En las primeras elecciones autonómicas a las que se presentó [2006], C’s obtuvo tres diputados; mientras que en las últimas [2012] obtuvo nueve. Su extensión al resto de España estaba cantada, y las palabras de Josep Oliu se hicieron carne en el grupo encabezado por un joven empleado de banca, de aire kennedyano, fotogénico y de verbo fácil, una especie de yerno ideal: Albert Rivera.

Ciudadanos no cumplió con las expectativas que generó en buena parte de aquellos a los que convenció de la necesidad de apoyarlos, pero es más probable que si haya alcanzado la de quienes fueron sus mentores. No consiguió convertirse en la tercera fuerza política española, pero sí en la cuarta, aunque a distancia. Roto el bipartidismo imperante desde 1978, Ciudadanos debía jugar un papel inequívoco: apoyo total al sistema realmente existente; es decir: valladar insalvable para quienes lo desafíen [léase Podemos y sus partidos asociados], y defensa sin fisuras de la sacrosanta unidad de España. Y eso es lo que ha venido haciendo, tanto desde las últimas elecciones andaluzas [apoyando al PSOE, capitaneado por la baronesa Susana Díaz, martillo de herejes izquierdistas y separatistas], como desde las últimas autonómicas y municipales [apoyando a Cristina Cifuentes, la gran esperanza blanca del PP madrileño].

El partido pivota sobre su líder, Albert Rivera, la gran estrella tras la cual el resto de dirigentes parecen sombras. Con la excepción de la catalana Inés Arrimadas, que tiene luz propia, el resto del núcleo duro no está a la altura, y cuando no hablan de más se quedan cortos y con frecuencia deben ser rectificados por Rivera. Es un partido sin cantera, organizado con urgencias, lo que ha configurado un colectivo en el que con frecuencia saltan las sorpresas y las disonancias entre lo que se pretende sea la imagen del partido y las realidades personales de bastantes de sus cuadros.

La sobre exposición mediática de Albert Rivera pasa factura, y el gran líder se desdice a sí mismo con demasiada frecuencia. Ciudadanos ha defendido grandes principios que, cada vez de forma más evidente, han sido desmentidos por la praxis política concreta. El último y quizá el de mayor calado ha sido apoyar a Ana Pastor como presidenta del Congreso, negando el principio supuestamente inviolable de que la Cámara Baja no podía estar presidida por un diputado del gobierno. Ese apoyo al PP es, además de una victoria de Rajoy, lo que les ha permitido tener dos representantes en la Mesa [uno cedido por el propio PP], asegurando así que ésta tenga una mayoría de 5 a 4 a favor de la derecha [PP + C’s].

Ta estruendoso desmentido a los publicitados ad nauseam principios regeneradores ha sido explicado por Ciudadanos de una forma que ofende a la inteligencia. Rivera ha dicho “Ciudadanos ha conseguido que haya una presidenta constitucionalista y una Mesa del Congreso plural”, y ha añadido que “somos los únicos que hemos puesto a España por delante de nuestros intereses por responsabilidad”. Discurso vacío.

Se diluye pues la idea de que Ciudadanos sea la expresión de una nueva derecha española, alejada de los hábitos autoritarios franquistoides del PP, con una visión más abierta, plural y moderna de España. Aquellos que seguramente morirán esperando una derecha no asilvestrada, dueña absoluta de la verdad, incapaz de dialogar con franqueza con sus adversarios, democrática sin dobleces, están abocados a una decepción más. La de que Ciudadanos sea el mismo fraile con distinta mula que el PP.

Ahora bien, si eso finalmente ocurre, en el pecado llevarán la penitencia. Pueden estar a las puertas de una experiencia similar a la de Rosa Diez y su extinta UPyD. Si Ciudadanos no es más que una muleta del PP, si no pasa de ser una marca blanca de éste, tendrá los días contados. PP ya hay uno y no hacen falta dos. El partido de Rivera ha perdido fuelle entre las elecciones de diciembre de 2015 y las de junio de 2016, y eso ha ocurrido por diversas razones; una de ellas es que entre el original y la copia muchos electores han elegido la primera.

Hay espacio para un partido centrado que sea capaz de dialogar [y gobernar] con la izquierda y con la derecha, que apueste vivamente por la mejora de la calidad democrática, que sea martillo de corruptos, que pluralice la vida parlamentaria y que dé aire fresco a las instituciones. Y todo eso se podría hacer desde una posición de centroderecha nítidamente españolista como la que ocupa el Partido de la Ciudadanía.

Falta saber si quieren y pueden. A fecha de hoy, todo parece indicar que no va a ser así, y que el joven y carismático líder puede ser la expresión misma de aquello de una flor no hace primavera.




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