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Ecuador en la línea meridional

Jorge Zavaleta Alegre.- Mi infancia fue influenciada por la radio. Las emisoras del Ecuador cubrían, con extraordinaria claridad, el firmamento. Las ciudades del Callejón de Huaylas, al pie de una cadena de nevados, tenían como compañía, los pasillos y sanjuanitos, y pasajes literarios de Huasipungo. Eran tiempos en los que la enemistad oficial, alimentada por los gobiernos de Perú y Ecuador, era una fuente de corrupción, en una incontenible carrera armamentista. Cuando, años después, en 1965, viajamos con mis compañeros de la Universidad de Trujillo, comprobamos que la solidaridad ecuatoriana era amplia, generosa.

July Balarezo, Una aldea en los andes



En las líneas siguientes, una pequeña explicación. Un compañero de promoción, que nos daba lecciones de periodismo gráfico, Gustavo Álvarez, llevó una exposición de fotografías del Gran Pajatén, ciudadela de piedra y madera, construida antes de la cultura Inca, en la Amazonía del departamento de La Libertad, en el Norte del Perú, cruzando el caudaloso Marañón.

El nacionalismo alimentado en las aulas peruanas nos traicionó. Visitamos al entonces embajador peruano en Quito para solicitarle un espacio que permitiera la exposición gráfica. Y el diplomático de Torre Tagle, prácticamente nos expulsó de su recinto. Nos dijo que sería una provocación para alejar aún más las relaciones. Y con la puerta en la cara, nos fuimos a la Casa de la Cultura de Ecuador donde nunca nos imaginamos que la acogida iba ser tan generosa. “Gracias por venir a esta casa, que es de todos, regresen mañana para darles respuesta”, nos dijo su Director.

Estuvimos en la cita, antes que se abrieran las puertas de la institución. Y coincidimos con el Director. “Pasen, pasen, este es el ambiente asignado”. Las cincuenta imágenes del Pajatén estaban colgadas en marcos de madera y con una pormenorizada explicación de lo que significaba el trabajo del periodista. Les agradezco por su contribución. Y luego invitó a GA a firmar un recibo como pago por la contribución al conocimiento y la necesidad mantener la unidad de los pueblos vecinos.

El Ecuador ha sido y es tierra de artistas. Esta tradición hunde sus raíces en el remoto pasado, que reaparece con múltiples creaciones de cerámica y metalurgia, que ha rescatado la arqueología.

Hacia finales del siglo XIX, varios artistas conformaron la avanzada de un arte, la pintura, que ocupará un papel predominante en el panorama de la cultura contemporánea del país. Obras importantes como Capilla del hombre, El tamaño sí importa, del artista Roberto Jaramillo, obtuvo el premio Adquisición Salón Mariano Aguilera, 2005. Otra muestra famosa es Perchero, de la artista Mariana Fernández de Córdova, el mismo que está elaborado en metal, hierro forjado y aserrín encolado.

Oswaldo Guayasamín, Ternura

Sin duda el pintor contemporáneo es Oswaldo Guayasamín, cuyo museo en Quito es un lugar de imprescindible visita.

La literatura ecuatoriana se ha caracterizado por ser esencialmente costumbrista y, en general, muy ligada a los sucesos exclusivamente nacionales, con narraciones que permiten vislumbrar cómo es y se desenvuelve la vida del ciudadano común y corriente.

De escritos antes de la llegada de los españoles, no se tiene ningún registro. En la época colonial en cambio, existen varios escritos de indígenas ecuatorianos en quechua. El más famoso de ellos es la llamada Elegía a la muerte de Atahualpa, atribuida a Jacinto Collahuazo, un cacique nacido en las cercanías de la ciudad de Ibarra. En poesía, el máximo representante en Ecuador para esta época es el padre Juan Bautista Aguirre (1725-1786), nacido en Daule. Otros artistas coloniales ecuatorianos son Antonio Bastidas y Jacinto de Evia.

Precisamente, la novela Cumandá con las rebeliones indígenas de la época, es un libro de A. La Costa como correlato del afán integrador alfarista, el realismo social, el relato urbano, las corrientes narrativas a partir de los setenta o el joven relato actual con la migración como fenómeno sociodemográfico de referencia.

Tal vez el argumento más convincente a favor de la rebelión de Jorge Icaza es que la miseria del indio es incesante; el sufrimiento del indígena en sus relatos aún persiste. Fue el representante de la novela indigenista. En 1933 su obra teatral El dictador recibió duras críticas de las autoridades, por lo que comenzó a escribir novelas y, aunque abrió una librería, nunca abandonó su cargo gubernamental.

La publicación de su primera novela, Huasipungo (1934), es la novela indigenista. La crítica despiadada de los abusos del capitalismo y de la explotación de los indígenas, fue recibido con desagrado por las clases más pudientes de la sociedad ecuatoriana y por la Iglesia, y muchos lo criticaron afirmando que era un libro pobremente construido y escasamente interesante, mientras que otros alabaron la fuerza y la belleza del lenguaje, y su maestría a la hora de describir los ultrajes a los que eran sometidos los pueblos indígenas.

Los tiempos no han cambiado mucho. Solo una muestra: Chevron, adeuda a las comunidades del Ecuador la suma de 19 mil millones de dólares, según el fallo judicial, por la muerte de centenas de pobladores durante la explotación de petróleo con tecnología inadecuada y la contaminación de las fuentes de agua. Esta seguirá siendo una de las tareas más importantes del nuevo presidente del Ecuador, Lenín Moreno, como sucesor de Rafael Correa, según las explicaciones de los pueblos fronterizos como la región de Tumbes, en Perú, donde Lenin Moreno apoyó a través de la Misión Manuela Espejo, que brinda ayuda a la gente discapacitada en todo el Ecuador, sentimiento que emerge en las filas de Alfaro Vive, movimiento popular que formó parte en su juventud, según nos explica el sociólogo Julio Rojas, en La Aldea de Oro, en coautoría del sismólogo Julio Kuroiwa, libro que la Comunidad Andina presentó en su sede en Lima, a fines del 2013.




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