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2017, el año en el que nos olvidamos demasiados problemas graves

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- No, no ha sido un buen año 2017. Han seguido muriendo mujeres a manos de homínidos que tienen los testículos en el cráneo; han seguido muriendo migrantes que huían de las guerras, de las hambrunas o de la esclavitud; hemos visto cómo se ha apretado la mordaza sobre libertades básicas que la cacareada Constitución reconoce; hemos continuado con la devaluación interna por la vía de los salarios y la precariedad; hemos interiorizado que miles de nuestros jóvenes han de huir lejos a buscar lo que no encuentran aquí, y eso nos ha empobrecido en todos los planos; hemos seguido con los recortes presupuestarios en todo aquello que da contenido a la obligación redistributiva del Estado; hemos asumido que el umbral de la pobreza está por encima de la raya económica de millares de hogares; hemos dejado fuera de plano la corrupción sistémica de un partido, el que capitanea M. Rajoy, pese a que cada vez se eleva más la cifra de lo robado; hemos asistido impasibles a la devaluación de la Unión Europea, cada vez más gripada por lamentables resabios nacionalistas; hemos… ¿de cuántos grandes y graves problemas de nuestra sociedad podríamos hablar?

¿Qué hemos hecho durante este año que ahora agoniza? Desde luego el balance no puede ser satisfactorio para quienes seguimos considerando que el eje político de nuestra sociedad es –o debiera de ser- el político y social, y no el identitario. Muchos han acabado adscribiéndose a uno de los dos bloques cada vez más antagónicos, más polarizados, en un escenario en el que la cuestión de portada, la noticia de apertura, ha sido el tema de las relaciones entre España y Cataluña; es decir, el rifirrafe entre los nacionalistas españoles y sus homólogos catalanes. Otros, muchos menos, nos hemos mantenido en la incómoda y denostada posición de no adscribirnos a ninguno de los dos bloques. Una opción que muchos han calificado, con el deseo de insultar, de equidistantes, es decir de quienes practican la equidistancia.

Pues no, señoras y señores. No es equidistancia ni cosa que le parezca. Tampoco es cansancio, que estaría justificado por cierto; es rabia y deseo de rebeldía contra una tendencia dominante en el escenario político. Unos y otros han tapado sus vergüenzas, su corrupción y sus políticas antisociales, con su bandera particular y se han emboscado en sus patrias respectivas. Todo apunta, además, que pretenden seguir por la misma senda.

Sería bueno que 2018 nos trajera un cambio de tendencia, un giro radical en las prioridades políticas. El 21D catalán ha dado el resultado que ha dado, así que quienes tienen la obligación de gestionarlo que lo hagan. Pero nadie debiera olvidar que hay otros muchos problemas graves a los que atender.

Sería bueno, necesario incluso, que quienes no estamos interpelados por los esencialismos nacionales nos marcáramos como objetivo del año atender a esos otros asuntos estructurales que nos aquejan como sociedad. Ninguno de ellos se va a resolver de manera espontánea, así que más nos vale salir del bucle que ha sido 2017. Hay que decir que los augurios no son favorables, así que va a haber que dedicar esfuerzo y ganas a cambiar el clima de cansancio y desesperanza que 2017 ha impuesto en nuestra sociedad.

No obstante, el futuro no está escrito, así que 2018 es un gran reto para todos aquellos que no estamos de acuerdo con lo que ha sido 2017.




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