OPINIÓN de Emilio Cafassi , Argentina.- Cuando en los años ´90, el mediocre politólogo y asesor gubernamental estadounidense Francis Fukuyama presagiaba un futuro gris y aburrido a partir del ingreso a la poshistoria, celebraba en verdad desde el revoltijo de escombros del muro de Berlín el carácter capitalista universal de la existencia humana, como si éste fuera pacífico. Como mínimo la tesis atrasaba casi dos siglos entonces. Aunque ya anémica, ahora más. Hegel, en quién se fundaba, consideraba al Estado (el constitucionalismo liberal-fiduciario, tal como hoy lo conocemos en occidente) como la mejor encarnación del espíritu objetivo, opuesto al individual que se nutre de pasiones, prejuicios e irracionalidad y vive preso de la necesidad, concebida como antónimo de la libertad. Tal libertad sólo podía residir en el ciudadano, sujeto de derecho que encuentra límite en idéntico derecho ajeno. Para el filósofo cristiano -que no conoció el capitalismo moderno- el Estado era algo así