Por José Carlos García Fajardo Al llegar estas fechas, me embarga una cierta tristura, una extraña soledad; y eso que, sólo con hijos y nietos, somos 24. De niños, comenzaba un tiempo nuevo, un tiempo de rito y de celebración. No sabíamos que contribuíamos al canto de la vida que supone el solsticio de invierno para que no se acabase la luz y volviera a salir el sol después de la noche más larga del año.