OPINIÓN de Ollantay Itzamná .- “Jheová, Dios de los ejércitos, guie sus pasos. Sólo a él le debemos fidelidad y obediencia, (…)”, clamaba extasiado el pastor evangélico, Biblia en mano, mirando al solitario Presidente de Honduras en el acto de su envestidura como Presidente de Honduras. A su turno, el obispo católico bendecía al nuevo Presidente en el mismo acto cívico con las siguientes palabras: “Moisés, descálzate que esta tierra es sagrada (…). El pueblo hondureño clama la liberación del Faraón de la corrupción, del crimen organizado, de la pobreza extrema, (…)”. La reducida audiencia, vestida con los colores del partido político del Presidente entrante, atónica blandía palmas y oráculos como si estuviese a los pies del mítico Moisés bíblico. En seguida, el ungido Presidente de la República de Honduras, luego de haber juramentado con las manos sobre la Biblia (la Constitución Política jamás apareció), impostó su voz y arengó a los militares a salir al ataque sin clemencia con