OPINIÓN de Carlos Taibo Vivo inmerso, desde el inicio de la intervención militar rusa en Ucrania, en una permanente zozobra. Si así se quiere, tiene su origen en dos hechos. Si el primero lo aporta mi dificultad para encontrar soluciones a problemas perentorios, el segundo lo configuran mis conocimientos, muy limitados, en lo que hace a lo que ocurre en estas horas. Suplo lo uno y lo otro con ideas generales que, aunque respetables, me sirven de poco o, en su caso, reclaman una aplicación que es cualquier cosa menos sencilla. Pienso en declaraciones como la que invita a rechazar las guerras, los ejércitos, las alianzas militares y los imperios, o en ese lema que reza “no a la guerra entre los pueblos, no a la paz entre las clases”. En la trastienda no es difícil barruntar lo que hay: un conflicto sucio, o varios, en el que el currículo de los agentes intervinientes está lleno de manchas, arrogancia y podredumbre. Pareciera como si hubiesen quedado muy atrás conflictos que, como los de