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Las montañas puntiagudas del fin del mundo

WWF

•elmercuriodigital 
Confiaba en que soportaría con dignidad la primera noche en el RV Lance, y casi lo consigo. Salimos de Longyearbyen el viernes por la tarde entre la niebla, y varias horas después alcanzamos el mar abierto… Y las olas. Una ligera marejadilla para los locales, pero suficiente para dejar fuera de juego a los menos experimentados en asuntos marinos. Tres pastillas contra el mareo después, me quedé dormido ya muy tarde, deseando estar en una cama que no saltara.
© WWF
Hasta que alcanzamos el hielo. El sonido me recuerda al de un barco tocando un fondo de arena. Un golpe y luego sólo se oye el siseo del casco del Lance cortando el hielo. Subo corriendo hasta el puente de mando y la vista me compensa con creces por el mareo del día anterior. Montañas nevadas y crestas afiladas iluminadas por la luz del amanecer, que igual que el atardecer, dura unas cuantas horas en esta época del año. Del fiordo cubierto de hielo emerge directamente un paisaje alpino. El extremo noroeste de la mayor isla de Svalbard fue lo primero que vieron sus descubridores holandeses, y por algo la llamaron Spitsbergen: “Montañas puntiagudas”.
Al final hemos comenzado a rodear la isla por el norte y no por el sur, como estaba previsto. Las temperaturas han sido muy altas y el hielo marino de la costa sureste es muy delgado, demasiado como para que puedan aterrizar los científicos del Instituto Polar Noruego con su helicóptero. Aquí el cambio climático no permite mirar hacia otro lado. Para alguien como yo todo es nieve, hielo y frío, pero quien conoce el Ártico ve perfectamente lo que está pasando. 
El primer signo evidente aparece al mediodía, cuando alcanzamos las aguas abiertas del Liefdefjorden. Jon, del Instituto Polar Noruego, nos cuenta que en los 12 años que lleva trabajando en Svalbard, nunca había visto este fiordo libre de hielo. El tiempo es bueno así que salen por primera vez con el helicóptero en busca de osos, y mientras tanto navegamos hacia el fondo del Liefdefjorden para acercarnos al glaciar Mónaco. Es descomunal, 4 kilómetros de ancho en el frente. El líder de nuestra expedición, Gert Polet (un alegre holandés que ha recorrido medio mundo intentando salvar especies), me enseña un pequeño islote muy alejado del glaciar, que hace apenas una década estaba cubierto por el hielo. Este gigante, como otros muchos por todo el Ártico, ha retrocedido a un ritmo terrorífico en estos años.
Nos alejamos ahora hacia una isla al este de Svalbard, Nordaustlandet, donde esperamos encontrar mejores condiciones en el hielo marino, y más osos. La niebla nos acompaña otra vez pero esta noche no hay olas, y una morsa con su cría se despiden de nosotros desde unos pedazos de hielo a la deriva. Mañana pinta bien el día.
(Escrito desde N 79 57.907621 E 015 01.8708)




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