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Apocalipsis y Edén: la tensión entre moral y política

Por Franco Gamboa Rocabado

Hace cuatro siglos, en medio del odio exasperado de los inquisidores y en el mismo corazón del catolicismo: Madrid, Miguel de Cervantes lanzaba una sentencia cuya temperatura candente se mantiene hasta hoy: “muchos políticos –decía– están convencidos de que al interior del manejo del poder, sucede lo mismo que con los toros para el público de un circo: cuanto más perversos y bestiales, mejores”.

Los escándalos de corrupción política y el doble estándar moral en la agenda de política exterior de los Estados Unidos, puesto al descubierto por Wilileaks, generan una estampida de afiladas condenas contra las conductas de altos dignatarios de Estado. Súbitamente, la opinión pública se convirtió en el supremo matador de aquellos feroces detentadores del poder para revitalizar la tensión entre política y moral, que no es otra cosa que discutir la posibilidad de reproducir un Apocalipsis o el Edén en la comunidad política, tratando de tomar por las astas a los toros políticos hasta amansarlos.
               
La distancia entre moral y política nace porque la conducta de cualquier líder político está dominada por una regla: “el fin justifica los medios”. Sin embargo, no todos los fines son tan altos como para justificar el uso de cualquier medio, sobre todo al interior de las sociedades democráticas, donde los gobernantes deben actuar siempre en conformidad con las leyes establecidas, ser controlados por el consenso popular y demostrar responsabilidad horizontal por las decisiones que toman.
               
La violencia estatal, las estrategias de engaño y la subordinación de varios ministerios de relaciones exteriores hacia la lógica de los ministerios de defensa que refuerza el autoritarismo internacional en los conflictos bélicos de Irak y Afganistán, muestran otra vez una contraposición irresoluble para la práctica política. El triste choque entre dos formas de ética: “la ética de los principios”, por la que el moralista se pregunta: ¿qué principios debo observar? Y “la ética de los resultados”, en la que los políticos como Barak Obama o Hillary Clinton, secretaria de Estado, deben cuestionarse: ¿qué consecuencias se derivan de mi acción durante el ejercicio de mi papel como toro político?
               
Esta confrontación entre la ética de los principios y la ética de la responsabilidad, señala que cuando juzgamos nuestras acciones para aprobarlas o repudiarlas, nuestra opinión se desdobla dando lugar a dos sistemas morales diferentes, cuyos juicios no necesariamente coinciden porque la observancia de un principio moral no siempre produce buenos resultados políticos, ni tampoco los buenos resultados se alcanzan única y exclusivamente respetando los principios morales.
               
De cualquier manera, toda acción y decisión políticas asumidas en democracia implican observar una moral democrática de carácter global, la misma que se convierte en un culto que el poder debe rendir al conjunto de reglas y controles que le imponen límites. Por esto, las acciones de transparencia y acceso a la información representan una necesidad imprescindible.

Todos los documentos difundidos por Wilileaks respecto a las guerras en Irak, Afganistán y la política exterior que Estados Unidos mantiene en distintos continentes, jamás deberían ser reprimidos ni ocultados por razones de Estado; es decir, por razones que únicamente responden a las acciones de los más fuertes, cuyos intereses sacrifican miles de vidas humanas, a costa de acciones militares y artificios estratégicos.
               
Sea cual sea el sistema de valores que acojan Estados Unidos y el mismo sistema internacional compuesto por diferentes naciones, la “renuncia al abuso del poder” y a los beneficios ilícitos asociados con aquél, son lo mínimo que los poderosos tienen que otorgar para hacerse aceptar como líderes y representantes; es decir, para hacerse perdonar el poder que poseen y emplean.
               
El doble estándar moral en las acciones de política internacional que ejercen los Estados Unidos, y los esfuerzos de transparencia que Wikileaks busca fortalecer junto con múltiples organizaciones de la sociedad civil para reducir los abusos del poder caprichoso, no pueden entenderse como el intento por instaurar el Apocalipsis o el Edén dentro de una sociedad mundial. El análisis desapasionado de los documentos de Wikileaks constituyen una prueba sobre cómo se desenvuelve el poder en su forma pura: la manipulación de otros países, la búsqueda constante del secreto de Estado y la traición a los principios básicos de la democracia que son el reconocimiento de los derechos civiles y el respeto a la autodeterminación política de las naciones.

Toda razón de Estado, ciega y unilateral, enviste como un toro salvaje a la moral pública hasta ensangrentar los derechos humanos, tal cual ocurre en las campañas militares de la guerra contra el terrorismo. Por enésima vez, es fundamental recordar que quien hace política en democracia, nunca la hace en tierra de nadie y tampoco es aceptable comportarse permanentemente como una bestia para el circo de los fríos calculadores de la política.




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