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Agrocombustibles, nueva geopolítica de la exclusión

Por Yolanda Cristina Massieu Trigo

El petróleo se acaba. Si algo demuestra el reciente derrame de la British Petroleum en el Golfo de México es la creciente dificultad y riesgo para extraerlo. Las predicciones afirman que aún será el rey de los energéticos por 50 años más, pero es innegable que la búsqueda de fuentes alternas de energía se ha vuelto apremiante y necesaria.

Es así que en los años por venir veremos un crecimiento importante de los llamados biocombustibles, que más adecuadamente debían nombrarse agrocombustibles, pues a la fecha se trata de combustibles extraídos de productos agrícolas. Es decir, estamos hablando básicamente del etanol, obtenido en Brasil a partir de caña de azúcar y en Estados Unidos de maíz, y del biodiesel de remolacha y otras materias primas.

Los dos países mencionados son los principales productores de etanol, con 19,000 millones de litros de producción anual en 2007 Estados Unidos, y 26,500 Brasil el mismo año.

A México le ha salido cara la aparición de los agrocombustibles en cuanto a su ya perdida autosuficiencia alimentaria: si en algún momento el gobierno pensó que era más costeable comprar el maíz de Estados Unidos que producirlo internamente, ahora el vecino país destina cantidades crecientes de su producción del cereal a producir etanol y ya no tiene los mismos volúmenes para venderle a México. Esta ha sido una de las causas del aumento de los precios de los alimentos en 2008, precedida por el alza (que en estos momentos continúa) del precio de la tortilla. Los inventarios internacionales de maíz redujeron su volumen, entre otras causas, porque ahora este grano se usa para producir agrocombustible. Es decir, la competencia por tierras agrícolas entre la producción de alimentos y energéticos ha comenzado. Con ello, se inaugura una nueva era en la que la producción agrícola y la energética expresan un nuevo tipo de vínculo.

El carácter excluyente de la producción de estos energéticos se expresa claramente en Brasil, donde quienes son los nuevos reyes del etanol son los viejos terratenientes y hay numerosas denuncias de que están utilizando trabajo en condiciones de semiesclavitud para alcanzar los altos niveles de rentabilidad que ahora tienen, como líderes de esta reciente y pujante agroindustria.

El debate sobre la sustentabilidad de los agrocombustibles está abierto, pues no está clara su eficiencia energética, dado que requieren de una considerable cantidad de energía y recursos naturales en la producción agrícola (tierra, agua, insumos) para obtenerlos. Es decir, si bien con su producción en masa los riesgos de derrames contaminantes característicos del petróleo no se darían, parece que sería muy costoso en términos energéticos mover los autos exclusivamente a partir de estos combustibles. Ello, al costo social de destinar más tierras a la producción de combustibles que de alimentos, es decir, aumentaría el número de excluidos y hambrientos con tal de tener suficiente energía. Mejor alimentar a los autos que a la gente, en un contexto mundial en el que la crisis alimentaria ha elevado el número de hambrientos en el mundo de 800 a 1,200 millones de personas, según cálculos conservadores de FAO.

De cualquier forma, es innegable que la sociedad actual no puede concebirse sin energía y que la paulatina e irreversible escasez del petróleo obliga a buscar alternativas. Otras opciones viables son: el biogas a partir de los deshechos orgánicos, la energía eólica y la solar, pero estas vías no están siendo consideradas por los grandes capitales del sector energético.

Nuestro país, anteriormente rico en petróleo, enfrenta muchas dificultades. Tras décadas de mala administración y corrupción en Pemex, nos encontramos con que la gran riqueza petrolera del país se está acabando. No hubo previsión ni se invirtió suficientemente en tecnología y exploración para enfrentar el agotamiento de los yacimientos explorados, por no hablar de la dilapidación del reciente gobierno de Fox de los ingresos petroleros, cuando el precio del hidrocarburo estuvo más alto que nunca. La tan publicitada reforma energética de 2008 poco contribuyó a resolver la actual situación y nos enfrentamos al hecho de que la producción petrolera del país ha caído (el volumen de exportación disminuyó de 1,844 millones de barriles en 2003 a 1, 398 en 2008), si bien con precios altos que compensan un poco la caída. Ello no es suficiente para no prever que nuestro petróleo puede agotarse en los años venideros y que urge buscar alternativas, antes de empezar a importar etanol de Estados Unidos o Brasil, pues ya importamos gasolina desde hace varias décadas del vecino del norte.

En este contexto, el absurdo de haber destinado fondos públicos, a través de Nacional Financiera, a empresarios sinaloenses para producir etanol de maíz y exportarlo a Estados Unidos aparentemente ha sido detenido, si bien hay una planta construida en Los Mochis con este fin. En Chiapas existen proyectos sugerentes para obtener etanol a partir de la jatropha, la higuerilla, la palma y otras plantas endémicas. Si bien suena racional tecnológica y ambientalamente, aún está por verse si se repetirá el excluyente modelo brasileño, o si los campesinos chiapanecos y una capa amplia de la población podrán eventualmente beneficiarse de esta nueva agroindustria. De cualquier manera, más vale tarde que nunca para comenzar a buscar alternativas energéticas.




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