Por Alejo Vargas Velásquez
El retiro durante la Semana Santa del General Gustavo Matamoros –destacado militar ex Jefe del Estado Mayor Conjunto- del servicio activo, evidenció la primera tensión que el gobierno del Presidente Santos debe superar con las Fuerzas Militares. Recordemos que el gobierno anterior del Presidente Uribe tuvo varias crisis, algunas produjeron el pase a retiro de un número importante de generales de las Fuerzas Militares. Esto para señalar que no es algo excepcional el que se presenten estas tensiones –aunque no son deseables- y que lo importante es que se logren resolver sin dejar resentimientos innecesarios y buscando dejar claro el principio democrático de subordinación de las Fuerzas Militares al gobernante democráticamente electo, es decir, el Presidente de la República.
En la institución militar un principio fundamental es el de la aceptación de las órdenes del superior jerárquico –base de la existencia misma de la institución militar-, lo cual supondría que si el Comandante Supremo de las Fuerzas Militares, que es el Presidente de la República, designa a un Almirante como Comandante General de las mismas, esto no puede ser cuestionado, so pena de ir en contra del principio de jerarquía. Pero igualmente hay que mencionar la tradición existente de que es un general del Ejército quien ejerce el Comando General de las Fuerzas Militares, aunque en los 90s el Almirante Holdan Delgado ocupó ese cargo y en los 80s el general de las Fuerza Aérea Augusto Moreno; esta tradición probablemente explique la molestia que se rumora, podría haber en algunos sectores del Ejército con el nombramiento del Almirante Edgar Cely, un oficial muy profesional y con una gran trayectoria.
Ahora bien, otro de los ruidos al parecer provienen de algunos sectores que no terminan por asimilar la nueva doctrina de operaciones conjuntas –aceptar los cambios a veces genera resistencias-, el nuevo modus operandi tanto entre las distintas fuerzas componentes de las Fuerzas Militares, como con la Policía Nacional. Al respecto es necesario señalar que, en todos las Fuerzas Militares del mundo contemporáneo la tendencia es a las operaciones conjuntas, en las cuales se suman las fortalezas de cada una de ellas –inteligencia, aviación de precisión, fuerzas especiales-. Esto es fundamental en el caso colombiano si tenemos en cuenta que los golpes más contundentes a las guerrillas han sido una mezcla de inteligencia –especialmente de Policía y de la Armada-, aviación de precisión –de Fuerza Aérea y Aviación de Ejército- y fuerzas especiales.
Así se ha venido enfrentando el conflicto armado que es de naturaleza mutante y en el cual los distintos actores se van transformando en su manera de operar –hoy las guerrillas operan en grupos reducidos y acuden a métodos de golpear y huir, eludir el combate y usar minados-, lo cual requiere ajustes operacionales permanentes de la Fuerza Pública. Las Bacrim cada vez más adoptan formas de operar muy similares a las de los antiguos grupos paramilitares, aunque con menores faenas contrainsurgentes y mayor vinculación al narcotráfico.
La sociedad colombiana y el gobierno Santos requieren unas Fuerzas Militares cohesionadas y trabajando de manera armónica, en el marco de la sujeción estricta a la Constitución y del respeto a los derechos humanos –lo cual debe conllevar un gran respeto de la sociedad hacia ellas- y para ello es necesario un Ministro de Defensa que las lidere y conduzca políticamente y un comandante general y comandantes de fuerza que hagan la conducción operativa de las mismas. Si siguen existiendo algunas diferencias, sería indispensable que el propio Presidente Santos quien las conoce muy bien y las lideró como Ministro de la Defensa, sea quien junto con el Ministro, de manera interna lime las asperezas y les dé el necesario impulso para asumir con empeño esta nueva fase de la confrontación armada.
El retiro durante la Semana Santa del General Gustavo Matamoros –destacado militar ex Jefe del Estado Mayor Conjunto- del servicio activo, evidenció la primera tensión que el gobierno del Presidente Santos debe superar con las Fuerzas Militares. Recordemos que el gobierno anterior del Presidente Uribe tuvo varias crisis, algunas produjeron el pase a retiro de un número importante de generales de las Fuerzas Militares. Esto para señalar que no es algo excepcional el que se presenten estas tensiones –aunque no son deseables- y que lo importante es que se logren resolver sin dejar resentimientos innecesarios y buscando dejar claro el principio democrático de subordinación de las Fuerzas Militares al gobernante democráticamente electo, es decir, el Presidente de la República.
En la institución militar un principio fundamental es el de la aceptación de las órdenes del superior jerárquico –base de la existencia misma de la institución militar-, lo cual supondría que si el Comandante Supremo de las Fuerzas Militares, que es el Presidente de la República, designa a un Almirante como Comandante General de las mismas, esto no puede ser cuestionado, so pena de ir en contra del principio de jerarquía. Pero igualmente hay que mencionar la tradición existente de que es un general del Ejército quien ejerce el Comando General de las Fuerzas Militares, aunque en los 90s el Almirante Holdan Delgado ocupó ese cargo y en los 80s el general de las Fuerza Aérea Augusto Moreno; esta tradición probablemente explique la molestia que se rumora, podría haber en algunos sectores del Ejército con el nombramiento del Almirante Edgar Cely, un oficial muy profesional y con una gran trayectoria.
Ahora bien, otro de los ruidos al parecer provienen de algunos sectores que no terminan por asimilar la nueva doctrina de operaciones conjuntas –aceptar los cambios a veces genera resistencias-, el nuevo modus operandi tanto entre las distintas fuerzas componentes de las Fuerzas Militares, como con la Policía Nacional. Al respecto es necesario señalar que, en todos las Fuerzas Militares del mundo contemporáneo la tendencia es a las operaciones conjuntas, en las cuales se suman las fortalezas de cada una de ellas –inteligencia, aviación de precisión, fuerzas especiales-. Esto es fundamental en el caso colombiano si tenemos en cuenta que los golpes más contundentes a las guerrillas han sido una mezcla de inteligencia –especialmente de Policía y de la Armada-, aviación de precisión –de Fuerza Aérea y Aviación de Ejército- y fuerzas especiales.
Así se ha venido enfrentando el conflicto armado que es de naturaleza mutante y en el cual los distintos actores se van transformando en su manera de operar –hoy las guerrillas operan en grupos reducidos y acuden a métodos de golpear y huir, eludir el combate y usar minados-, lo cual requiere ajustes operacionales permanentes de la Fuerza Pública. Las Bacrim cada vez más adoptan formas de operar muy similares a las de los antiguos grupos paramilitares, aunque con menores faenas contrainsurgentes y mayor vinculación al narcotráfico.
La sociedad colombiana y el gobierno Santos requieren unas Fuerzas Militares cohesionadas y trabajando de manera armónica, en el marco de la sujeción estricta a la Constitución y del respeto a los derechos humanos –lo cual debe conllevar un gran respeto de la sociedad hacia ellas- y para ello es necesario un Ministro de Defensa que las lidere y conduzca políticamente y un comandante general y comandantes de fuerza que hagan la conducción operativa de las mismas. Si siguen existiendo algunas diferencias, sería indispensable que el propio Presidente Santos quien las conoce muy bien y las lideró como Ministro de la Defensa, sea quien junto con el Ministro, de manera interna lime las asperezas y les dé el necesario impulso para asumir con empeño esta nueva fase de la confrontación armada.
