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El huracán Cristina en la costa sur

Por Emilio Cafassi   

El censo obligatorio de intención de voto que se desarrolló en Argentina, a pesar de la malversación de iniciativa institucional y recursos, puede también ser analizado en sus guarismos, casi como si se hubiera tratado de una verdadera elección, en vez de un simulacro manipulador ratificatorio de la escasa o nula democraticidad de los partidos políticos locales. Resulta además una oportunidad para interrogar por las causas o razones de cifras tan abismales. Porque las tendencias reveladas son tan claras y las diferencias tan abrumadoras, que, clausurada ya la posibilidad de realizar alianzas de “liquidación por fuera de temporada” ante el espanto, permite comenzar a avizorar el futuro inmediato, a pesar de la evidente volubilidad del electorado. Aunque el sistema electoral está federalizado y en algunas provincias, están permitidas las listas colectoras (que son un invento kirchnerista para poder acoplar a todo ese amplio arco que logra articular y atraer electoralmente, desde cierto lábil progresismo hasta el menemismo, a pesar de carecer de estructura partidaria y organicidad), sería imposible modificar tendencialmente los resultados en esta oportunidad. Antes bien, es probable que las diferencias se amplíen aún más.

Las grandes cifras marcan que la Presidenta, aspirante a la reelección, obtuvo la mitad de los votos válidos sacándole 38 puntos porcentuales al segundo, que apenas si se diferencia del 3° por 1 punto y del 4° por 4. Ni la suma de la totalidad de sus adversarios, ya imposibilitados de unirse por la ley, cuestionaría el triunfo en primera vuelta. No debe olvidarse que, dos años atrás, en las elecciones parlamentarias de 2009 salió derrotada y hasta su difunto marido, perdió en la provincia de Buenos Aires a manos del derechista De Narváez, aún con la ayuda de la candidatura “testimonial” del actual gobernador Scioli, mientras ahora, nuevamente con Scioli, arrasó en ese distrito, tanto a nivel suburbano como rural.

No es el único caso: ganó en todas las provincias menos en San Luis, que constituye un feudo de los Rodriguez Saá. También lo hizo en la capital donde su candidato, Filmus, ungido por su dedo, fue derrotado hace pocas semanas por Macri de manera aplastante. Lo hizo en todas las comunas, a excepción de las de mayor concentración de riqueza como Recoleta, Belgrano y Palermo. En suma, ganó a lo largo y ancho del país por una diferencia indescontable.

Sin embargo, no creo que los verdaderos o máximos derrotados hayan sido los candidatos adversarios, sino fundamentalmente los actores comunicacionales y agrícolo-patronales que impulsaron la resistencia y estimularon animadamente a los opositores. En primer lugar, el oligopolio comunicacional conformado por los grupos Clarín, Nación y Perfil, aún con algunas diferencias que mantienen entre sí. Fueron ellos quienes le otorgaron a los candidatos todo el espacio de visibilidad y expresión a su alcance (que en la práctica es casi la totalidad de la audiencia y la opinión pública). Hasta el propio CEO de Clarín, Héctor Magnetto organizó una cena en su propia casa con las cúpulas de toda la oposición para instarlos a unirse contra la Presidenta. Más apoyo mediático que esa oposición sería fácticamente imposible. La tesis central desde la que partieron fue que monopolizando un mensaje convergentemente catastrofista, se lograría construir y potenciar una alternativa al kirchnerismo. Exclusivamente mediática, con técnicas de seducción de imagen, marketinera y concentrada en cuatro o cinco referencias cupulares: un modelo de videopolítica, carente de bases, militancia y programa que finalmente resultó disperso e inverosímil. Como arquitectura política el kirchnerismo no difiere demasiado. Es básicamente un conjunto de programas de televisión de menor rating en el canal estatal, algunos medios gráficos y una cúpula verticalista de políticos y empresarios amigos, poco identificable, más una estructura clientelar de punteros asequibles con pocos recursos. La gran diferencia no está en el modelo político-institucional, ni en la mayor o menor corrupción que, tal vez con diferencias de magnitud, alcanza a la totalidad de la clase política hegemónica, sino en el ejercicio del gobierno con implementación de algunas medidas claramente populares y progresistas en un contexto de crecimiento económico a tasas prácticamente chinas.

El segundo gran derrotado fue la llamada Mesa de Enlace que se fundó y cobró protagonismo en el año 2008 organizando la resistencia patronal a la resolución 125 (de fijación de retenciones móviles a las exportaciones agrícolas), integrada por las cuatro mayores cámaras terratenientes. Obviamente que ese protagonismo contó con el apoyo de los grandes medios de comunicación, no sólo por afinidades ideológicas, sino porque los grupos Clarín y La Nación son los dueños de Expoagro, donde anualmente se realizan negocios millonarios y se exponen las oportunidades de explotación de la tierra. Este actor social fue clave en el llamamiento a votar por la oposición en las elecciones de 2009, llevando a derrotar al kirchnerismo. Envalentonados con esa experiencia llamaron a hacer lo propio en esta oportunidad, sólo que esta vez la Presidenta arrasó en los todos los pueblos anteriormente sublevados, incluyendo los de los propios líderes como Gualeguaychú, donde cobró fama y liderazgo el pintoresco Alfredo De Angeli, un disparatado ecologista sojero.

Parte de ciertas hipótesis interpretativas respecto al resultado, tal vez puedan complementarse con la asimilación de los resultados por parte de algunos actores y analistas, más allá de la obvia alegría de los ganadores y su contracara en los perdedores. Para Horacio Vervitsky, principal ideólogo y defensor del modelo kirchnerista y editorialista central del diario Página 12, el resultado es una obviedad “:que el pueblo haya votado en defensa propia, a favor del mejor gobierno que ha tenido el país en más de medio siglo, por lo que ya hizo y por lo que falta hacer”. Hay en su visión un presupuesto de racionalidad popular, que aún si se admitiera en este caso, tendría serias dificultades para ser aplicado en la reelección de Menem del ´95 o el triunfo de De la Rua en el ´99. Pero también en la derrota legislativa kirchnerista del 2009, a la que ya aludimos. El presidente de la Sociedad Rural Argentina (SRA), Hugo Biolcati, integrante de la Mesa de Enlace, inversamente, considera que el voto está vaciado de racionalidad alguna. Para él, la gente que elige a La Presidenta, “mira a Tinelli y si puede pagar el plasma, no le importa nada más”, cosa que no debiera llamar la atención ya que sintoniza con el racismo histórico y el desprecio popular de la institución que preside, que jamás se privó de complicidad con los golpes de estado oligárquico-militares y el genocidio.

Para que una expresión electoral, cualquiera sea su resultado, se emparente con algún tipo de racionalidad, se requeriría una renovación absoluta de la arquitectura institucional, lo en otras oportunidades llamé aquí, una revolución política. En estas condiciones de debilitamiento y manipulación ciudadana, de carencia de militancia y de elaboraciones programáticas colectivas y de su cumplimiento, el resultado dependerá de un conjunto de variables complejas de seducción, atracción mediática y en parte de exclusiva eficiencia económica. Algo más parecido a la filosofía política de Biolcati que a la progresista.

Tampoco puede obviarse este plano ejecutivo, que es al que Vervitsky le otorga absoluta plenitud y racionalidad. Sólo a vuelo de pájaro y sin exhaustividad, son méritos del kirchnerismo, la designación de una Corte Suprema independiente, el comienzo de un proceso de desendeudamiento y una clara postura de rechazo al ALCA. Se enfatizó y priorizó la unidad latinoamericana. Económicamente, mejoró algo la distribución del ingreso, pero sobre todo creció muchísimo el PBI permitiendo bajar parcialmente la desocupación y la pobreza. Se logró reestatizar las AFJP, lo que permitió mejorar la situación de los jubilados e incrementar el consumo. Se estableció la asignación por hijo y por embarazo. Se sancionó la ley de matrimonio igualitario. Se restablecieron las paritarias y se recuperó parte de la legislación laboral derrumbada por el neoliberalismo. Se sancionó la ley de medios audiovisuales que tiende a limitar la concentración de los medios y la apertura de nuevas voces. Se juzga regularmente al terrorismo de estado y se reivindican los derechos humanos.

Esto tiene que ver con lo que Lipset llama eficacia, es decir las políticas públicas que mejoran las condiciones económico-sociales de la población y/o instrumentan respuestas positivas a las expectativas de mejoramiento en el plano de las condiciones concretas de vida, de buena parte de los sectores y clases sociales. Inversamente, la arquitectura política y, dentro de ella, el proceso electoral, sólo confiere, en el mejor de los casos, legitimidad.

Para que la legitimidad devenga racionalidad imbricada con la eficacia, habrá que poner en cuestión el naturalizado modelo liberal-fiduciario, que falsamente se atribuye como único posible. Señuelo que, lamentablemente, izquierdas y progresismos, persiguen atraídos.





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