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Indignados, ocupemos y más

OPINIÓN de Rigoberto Lanz   

“…si queremos cambiar el mundo más
nos vale entenderlo”.
NOAM CHOMSKY

No miremos a estos movimientos como si fueran la vanguardia revolucionaria del Siglo XXI. No le hagamos preguntas del tipo: “¿Cuándo tomarán el poder?” o “¿Cuándo caerá el imperialismo?”. Es casi inevitable que desde la izquierda tradicional se mire con nostalgia la emergencia de una especie de nueva “Internacional”. La reveladora originalidad del movimiento “Ocupemos” en Estados Unidos y la persistencia de esa gran diversidad de “Indignados” por todas partes, puede suscitar más de un entusiasmo en un mundo congelado por la anestesia del poder. De allí que las dudas expresadas por el amigo Edgar Figuera en su artículo de estos días (y que tuvimos el chance de conversar allá en Valencia muy animadamente) están presentes en los debates que se dan a diario en el seno de estos colectivos, tan intensos como variopintos.

No olvidar que estos procesos se están dando en un mundo recargado de neoconservadurismo y en donde las distintas derechas se reparten todos los espacios del espectro político (incluida la izquierda de la derecha que juega su juego no sin cierto patetismo). Estos movimientos no pueden ser leídos en los viejos formatos de la política, tampoco como solución consolatoria a la ausencia de alternativas claras al capitalismo de Estado (el punto límite hasta donde llega la vieja izquierda cuando le toca ser gobierno). “Ocupemos” e “Indignados” son una oleada de rebelión popular que funciona por ahora como válvula de escape de las enormes tensiones de un capitalismo en crisis. En sí mismos--a la luz de sus planteamientos más publicitados--no representan una amenaza real para el sistema. La rabia contra las injusticias es un fermento que puede concatenarse con otras contradicciones y fuerzas para impactar--entonces sí--la lógica de status quo. Pero nada lo asegura de antemano.

De momento estos movimientos (difusos, heterogéneos, transitorios, nómadas, inclasificables) son el único punto de ebullición en sociedades anquilosadas y aburridas. Los espacios de conexión con revueltas subterráneas de otro género sigue siendo una incógnita. Ello no se resolverá con planes y estrategias al estilo de los viejos aparatos. Sólo un sentido caótico del dinamismo de estos procesos puede servir de pauta para encadenamientos de mayor envergadura (del mismo modo que el aleteo de una mariposa puede estar en el inicio de un gran huracán, Prigogine dixit). Pero ello no se planea ni puede preverse.

La novedad de los procesos políticos en esta época es que poseen un singular metabolismo socio-cultural en el que se entrecruzan todas las prácticas sin detenerse en las viejas fronteras de lo subjetivo, lo económico, lo político, etc. De esa mezcla derivan diferentes cursos de acción: desde la funcionalidad anodina que es típica de la sociedad de consumo, hasta el desplante subversivo de grupos “anarquizados” que no cogen línea. De esos brotes erupcionales puede nacer la chispa que incendia la pradera. De esas infinitas manifestaciones aisladas que acontecen aquí y allá sin ninguna concertación pueden desencadenarse eventos caóticos que atraviesen los muros de un status quo que sobrevive inercialmente.

“Indignados” y “Ocupemos” son de momento contestaciones heteróclitas para las cuales el poder institucional sólo tiene una respuesta: la acción policial (tribunales incluidos). En el listado de demandas hay una amplia mezcla de reivindicaciones sindicales, críticas a las aberraciones del sistema y, de vez en cuando, un cuestionamiento directo a la lógica del capital. Lo anterior no es un “defecto” o una “debilidad” de estos movimientos. Creo más bien que allí radica su peculiaridad: siempre en movimiento, sin estructuras burocráticas, fuera de los rituales de la vieja partidocracia, suscitando lazos por empatías de circunstancia. En esas condiciones los aparatos no pueden cooptar su fuerza potencial, tampoco pueden instrumentalizarlos (como han hecho en el pasado con el feminismo, el pacifismo y con los movimientos ecologistas)

La vieja izquierda mira con recelo, la derecha se escandaliza: buenos indicios para lo mejor… que está aún por venir.

*Rigoberto Lanz es sociólogo, investigador, escritor y ensayista venezolano.




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