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La Liga Árabe contra Siria

OPINIÓN de Antonio Hermosa   

¡Sorpresa! La Liga Árabe se ha despertado, ella solita, voluntariamente del coma para el que, se diría, nació. Bueno, es verdad que en alguna ocasión, pillina, en algo sí se notó que respiraba, como cuando Anuar el Sadat hizo manitas con Israel y ella, tan pura, se plantó y conminatoriamente dijo aquí estoy yo, y se largó para otra parte: a Túnez, en concreto, y por una larga década.

Mas ahora es que está revolucionada y no hay quien la pare. El otro día, sin ir más lejos, le leyó la cartilla al pro él, Bachar El Asad, diciéndole que quería echar una miradita al tinglado que tenía montado y que el ejército quedaba más mono en los cuarteles que matando gente por ahí. El Asad, naturalmente, aceptó las peticiones, pero al ver que la cosa iba en serio, naturalmente, incumplió. Imagínese por un momento que es Vd. un liga-árabe, y llega uno y le promete e incumple al mismo tiempo; Vd., ¿cómo se sentiría? ¡Pues igual la Liga Árabe de verdad, por lo que entenderá su reacción! Tan indignada estaba que por un momento casi se traspapela y acaba en la Puerta del Sol.

Y ahora llega esto: ninguna transacción con el Banco Central Sirio, ningún intercambio comercial con el gobierno sirio, ningún permiso de desplazamiento a los dirigentes sirios por los países amigos. Y porque la Liga ha obrado con prudencia y terminado desdiciéndose de otras medidas –un ejemplo: la prohibición a los emigrantes sirios de enviar remesas a su país, a fin de no dañar más a los pequeños que a los grandes-, que de haber obedecido a los planes iniciales habrían posiblemente desencadenado nuevas revueltas y más muertos. Prueba ésa de que los tiranuelos están de suerte, al menos por un tiempo; máxime si se añade que ni Líbano ni Iraq, países que votaron contra la sanción –por algo comparten con Siria una cierta condición de sucursales de Irán-, se rehúsan a cumplirla. Al ser fronterizos, además, se aliviará notablemente la circulación de mercancías desde y hacia Siria, lo que no le vendrá nada mal a un régimen que exporta a los países de la zona la mitad de sus productos e importa de ellos más de la cuarta parte. Y no me digan que no es suerte, por recurrir a otro ejemplo, que con todo lo que se puede –religiosamente- ser en Siria, la élite dirigente actual sea alauí, o sea, chií, de modo que una abundante porción de los iraníes son primos –o más- suyos.

Pero al final, no me negarán, los tiranuelos de hoy tienen mala suerte. Casi toda su vida haciendo con sus súbditos lo que Saturno con sus hijos -mas sin la ventaja de éstos de que contar con algún Zeus interesado en permutar niños por piedras en su estómago-, y todo el mundo riéndoles las gracias: ¡para eso estaba prescrito el sacro principio de no intervención en la Carta de San Francisco y la Unión Soviética lista para intervenir sobre cualquier aspirante a interventor (tarea tan noble, ésa, que no dejó de suscitar emulación en los Estados Unidos, y no sólo en su América)! Y un buen día la ONU les cambia la suerte incorporando el principio de Responsibility to protect, con en el que la soberanía deja de ser un privilegio, y, por si fuera poco, desaparece la Unión Soviética, aunque no del susto (no, en cambio, su hermana enemiga americana) y no del todo: ahí está, nada menos, la Madre Rusia y su putinato estrella, un primor de régimen para cualquier tirano real o potencial (siempre y cuando, se entiende, el matón aspirante a zar que lo rige no haya puesto sus ojos en el territorio del tirano en cuestión). Y aparece, además, China, que con tal de violar los derechos humanos, incluso más allá del problema de su seguridad, no repara ni en gastos ni en gestas, bien que de momento se contente con silencios y amenazas.

El caso es que, por las causas citadas y por diversas circunstancias –alguna de ellas positiva, como el mayor arraigo que la libertad ha cobrado en la conciencia humana en general, el establecimiento de tribunales penales con jurisdicción internacional o la mayor capacidad de presión de la opinión pública a través de los media-, a los tiranos intermedios actuales no les salvan ya ni las fronteras, ni el miedo, ni las tradiciones represivas familiares, y no están seguros ni en el salón de palacio. El Mundo, en efecto, forma parte hoy del ordenamiento jurídico de cada Estado, y aunque con los tiranos de pro –aquéllos en grado de defenderse con armamento nuclear o bien dotados de armas convencionales de gran poder destructor- sus efectos son casi nulos, frente a los otros, por el contrario, dota al ordenamiento de aquel control del poder que Montesquieu quería para todas las constituciones libres, aunque su tempus y sus modos de operar sean diversos. Pero ese Mundo es, por ahora, la mejor garantía, por no decir la única, de que los muertos no lo habrán sido en vano y de que los verdugos retornarán un día al cadalso conducidos por alguna forma no prescrita de justicia.

(Podríamos saltar de contentos ante la emergencia de tales poderes mundiales de no ser porque son de diversa naturaleza y pertenecen a ámbitos diferentes, y algunos de ellos, procedentes de la esfera económica, asoman la cabeza de hidra de la tiranía sobre la política con independencia del régimen del Estado sojuzgado en cuestión, vale decir, que sea democrático o no. Pero esta, aquí, es otra historia).

Vuelvo, pues, a la Liga Árabe. ¿No es el castigo legítimo a uno de sus miembros, no es esa demostración de fuerza, sinónima de que la organización está viva y vigorosa, no es su voz, pronunciada tan claro y alto, lo que la empuja de manera inexorable hacia su… disolución –o, como mínimo, hacia su completa transformación?

En realidad, no sé hasta qué punto quepa hablar de legitimidad del castigo por parte de la Liga –una organización de Estados que nunca, desde su fundación, se propuso refundar con ellos algún tipo de federación- a uno cualquiera de sus miembros, ni cuál pueda ser la base legal a la que recurrir a fin de sancionar a un gobierno cualquiera. Desde luego, la Carta Árabe sobre los Derechos Humanos -como lo leen-, promulgada el 15 de setiembre de 1994, no la proporciona; los ciudadanos sirios que hoy invaden las calles de su país exigiendo libertad encontrarían sin dudar amparo para sus demandas en una buena parte de su articulado, pero por mucho que buscaran y rebuscaran en ella difícilmente darían con el órgano que castigara al Estado que incumpliera el siguiente mandato: “Los Estados-miembro deberán proteger a cada persona en su territorio de ser sometida a toda tortura mental, a un trato cruel, inhumano o degradante. Deberán tomar medidas efectivas para prevenir tales actos, y considerar la práctica de los mismos, o su participación en ellos, como una ofensa punible” (Art. 13, a). Se crea, pues, un deber sin crear al mismo tiempo las garantías de su cumplimiento; claro que igual lo que yo tomo por documento jurídico es para sus creadores un mero documento religioso, y esperan que sea Mahoma o Alá, o viceversa, quien finalmente dé su merecido a los infractores.

Ahora bien, supongamos –aunque sólo sea por darle gusto a Gorgias, que bien lo merece por tanta buena suposición que nos legó en sus milimetradas argumentaciones- que sí exista esa base legal que la Carta no proporciona en virtud de la cual la expulsión de Siria es una medida legítima (por lo demás, nótese que el efecto sería el mismo tanto si dicha base existe como si no): en tal caso, ¡viva la Liga, que predica con el ejemplo! Lo malo es si a algún grupo de ciudadanos le da por pedirle que siga predicando, que siga siendo ejemplar. ¿Qué ocurriría, en efecto, si ciudadanos de todos los países que la integran exigieran los derechos que la Carta les reconoce? Empecemos por el final y quedémonos ahí: que la Liga Árabe se quedaría sin ningún país miembro (Yemen, desde luego, Egipto, Libia, y la misma Túnez, a día de hoy, incluidos). Llegaríamos al glorioso resultado de que la Liga Árabe se ha quedado sola al expulsar a todos sus miembros. Los Estados Árabes dando tumbos, sueltos, por un lado y su Liga dando tumbos, vacía, por otro: ¡lástima que Kafka y el surrealismo estén ya inventados! Eso es lo que debe llegar a pasar si dicha institución acabara tomándose en serio no ya los derechos humanos, sino incluso los derechos humanos de su Carta –aún defectuosos en su formulación, pero una montaña normativa imposible de escalar para cualquiera de los Estados firmantes-, y la justicia correspondiente, si se prosigue con la política iniciada en esa revolución en germen que es la expulsión de Siria de la Liga (quizá por eso haya preferido vivir hibernada casi desde su mismo nacimiento).

Y con todo, a mi entender supone un gran avance que la Liga Árabe se haya implicado de manera directa en los hechos que están sacudiendo su mundo. Demuestra que la intervención exterior es necesaria y suprime al tiempo la tentación colonizadora que por doquier se adjudicaría a Occidente si fuera él quien interviniera, así como la tentación justiciera del sultán Erdogan, cuya preocupación por el destino de las almas sirias corre por vía paralela, sólo que en sentido inverso, a la demostrada por el de muchos de sus súbditos, y no sólo kurdos. Mejor aún, la Liga Árabe ha querido actuar en Siria justo para que no actúen manos “extranjeras”, y por ello ha necesitado dar credibilidad a su actuación (véanse las declaraciones del primer ministro qatarí recogidas en Le Monde de ayer, en respuesta a la acusación de “traición” con la que graciosamente el gobierno sirio calificaba la expulsión de su país de la misma). Todo ello, empero, no la libra de verse en lo sucesivo obligada a seguir actuando, y si la ciudadanía árabe exige por fin el cumplimiento de las normas contenidas en la Carta la Liga Árabe alcanzará el cénit de su poder en el momento de su suicidio.




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