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El indio y los gachupines

OPINIÓN de Fortunato Esquivel   

El 24 de mayo de 2008, se mantiene en la memoria de los bolivianos, porque ese día los campesinos concentrados en Sucre para ver a “su presidente”, fueron atacados y humillados por grupos racistas que subsisten como se pudo comprobar este 24 de abril, cuando universitarios enviados por su rector intentaron quemar las puertas del palacio de gobierno, hoy ocupado por la gobernación departamental.

Muchos destrozos se produjeron en defensa de esa clase de pequeño-burgueses que son los médicos y maestros que pugnan por imponer un trabajo con menos horas diarias. El gobernador, ha señalado sin temor que el rector de la universidad es el culpable de la destrucción de vidrios de muy alto valor que ahora tendrá que ser cargado a su cuenta.

Pero, estas muestras de intolerancia y vil racismo no son nuevas, se produjeron antes en la historia de nuestra nación. Durante la colonia, el indio apegado a la tierra y sus costumbres, era mirado como un ser inferior. Desde las “encomiendas” eran considerados por los patrones como si fueran un pedazo más de la tierra que obtuvieron, sin mayores títulos.

La opresión (de los españoles, chapetones, gachupines o blancos) lo tuvo tan dominado por la fuerza que tuvo que simular y limitarse al “arí, tatay” mientras esperaba una oportunidad para rebelarse y mostrar que esta tierra es suya y nada más que suya.

Así, como ocurrió el 24 de mayo de 2008, cuando los descendientes de los gachupines golpearon, desvistieron, azotaron, humillaron, hicieron arrodillarse y besar esa ignominiosa bandera de los Templarios que desde mediados del siglo pasado fue adoptada como “bandera de Sucre”, los campesinos ya habían sido agraviados hace 232 años el 17 de marzo de 1780.

La plaza mayor, hoy conocida como 25 de mayo, fue escenario de un verdadero carnaval de sangre. Después de ser azotados, se ahorcaron y mutilaron a 24 indios en la plaza de armas y el prado. El 17 de abril ahorcaron cinco indios por la mañana y otros cinco descuartizados por la tarde. La ignominia no cesó allí, el 7 de mayo otros 7 fueron degollados y descuartizados. 34 fueron fusilados.

¿Qué había ocurrido para esta orgía de sangre a cargo de los gachupines o chapetones? Los corregidores ibéricos imponían toda clase de impuestos y cobros que los indígenas ya no podían soportar. Los indios se rebelaron pidiendo justicia, pues las autoridades no cumplían leyes ni cédulas reales.

Tomás Catari, en representación de su raza, viajó miles de kilómetros hasta Buenos Aires para quejarse ante el virrey don Juan José de Vértiz. Denunció que en Charcas los corregidores imponían insoportables tributos y luego depositaban la mitad o menos de lo recaudado. Los corregidores quedaron sin castigo pero “ofendidos” por el atrevimiento del indio rebelde.

Tomás Catari, fue perseguido, sufrió malos tratos y encarcelamiento, hasta que finalmente el corregidor Acuña ordenó su captura para ser arrojado al abismo en la cuesta de Chataquila. Así obraron los gachupines de la colonia y así se comportan sus descendientes en la actualidad.

Sus hermanos Dámaso y Nicolás, organizaron un primer levantamiento en armas con asedio sobre La Plata. La ciudad tembló ante la presencia de miles de indios dispuestos a vengar a su líder. Los diferentes gremios de obreros recibieron armas para defender la ciudad.

Los originarios fueron vencidos y capturados sus jefes. Se organizó el “escarmiento” ya relatado. Los chapetones que andaban de rodillas ante cualquier festejo religioso no tuvieron el menor respeto por la cuaresma y desataron un verdadero carnaval de sangre en la plaza mayor, que está comprobado, es el escenario de las peores muestras de racismo. Los curas se hicieron de la vista gorda.

Una ofensa más, impusieron los gachupines a los rebeldes. Los indios descuartizados, ahorcados y fusilados, fueron quemados y sus cenizas aventadas para que no quede ni el recuerdo de su rebelión. La raza sufrió su mayor conmoción.

La Pachamama tiene caracteres divinos para el quechua. Es la madre que le cuida junto a sus hijos, sus animales, sus sembradíos. La Pachamama es cuna y sepulcro. Vida al nacer y nueva vida en la muerte. Si el cuerpo no es enterrado en el seno de la Pachamama el espíritu está destinado a vagar sin rumbo.

Es pecado para los hijos del Sol, dejar cadáveres sin el cobijo de la Madre-Diosa, por eso los españoles, a sabiendas, ofendieron a los aborígenes quemando sus cadáveres, echando sus cenizas al viento.

Los hijos y nietos de los gachupines, no han cambiado en el tiempo. Las muestras de racismo persisten. Pero con una diferencia. La rebelión ya tuvo sus primeros frutos. Un indio llegó al gobierno. La tierra es nuevamente suya, sólo suya.

Con la ayuda de sus iguales, es cuestión de mantenerla, para sufrimiento de los nuevos gachupines que ahora pretenden disfrazarse de “mestizos” para mantener sus privilegios.




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