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La nueva constitucionalidad de los golpes de Estado

OPINIÓN de Jorge Majfud   

No te quejes, mujer. Si te rompí el tabique nasal fue por tu bien. Desde que te salvé de Ramón –aquel novio degenerado que tenías y que ahora está preso por violación–, no has hecho más que protestar y querer hacer lo que se te viene en ganas sin saber lo que haces, sin tener idea de lo que te conviene y sin preocuparte por la seguridad y el porvenir de nuestros hijos y de toda la familia. Estás ciega y no quieres reconocerlo. Tus amigos te lavaron la cabeza y luego te la llenaron de papelitos. No, no me vengas con teorías. Lo que importan son los hechos, los hechos, esos que los idiotas nunca quieren ver. Mira dónde están ahora tus viejos amiguitos, casi todos fracasados. De no ser por la sabia y oportuna intervención de tus padres que te alejaron de las malas juntas, alguno de ellos podría haber sido tu esposo y el padre de tus hijos. También ellos se rompieron la nariz, pero contra el muro de la realidad que esos delirantes nunca ven hasta que lo tienen encima.

Hoy lloras, pero mañana me lo agradecerás. Te romí la nariz para salvarte, para evitar un mal mayor. ¿Qué prefieres, una nariz rota o una violación? ¿Ves que tengo razón? Sí, claro que debes agradecérmelo, es lo menos que espero.

Estuviste a punto de reincidir saliendo vestida así a la calle. Seguramente te hubiese visto Ricardo, el dueño del bar de la esquina. Yo sé de lo que hablo porque lo vi con mis propios ojos y lo escuché con mis propios oídos. Nadie me lo contó. Lo veo todos los días y sé lo que habla y piensa ese degenerado. Es un mujeriego perdido. No tengo dudas que si hubieses pasado por su esquina con ese vestido tan escotado Ricardo hubiese empezado a comentar con sus amigotes sobre tus posibles virtudes en la cama. Claro, habla porque no sabe, pero habla. Y como yo lo escucho todas las tardes, sé con qué frecuencia pasa de las palabras a los hechos. El segundo o el tercer día te hubiese seguido para piropearte y no me quedan dudas que el enfermo no se iba a quedar ahí no más en eso.

Así que en recuerdo del degenerado de Ramón y para prevenirte del libertino de Ricardo, te rompí la nariz. ¿Piensas que estarías mejor con un criminal como Ramón? ¿Quieres probar a ver qué te pasa si lo provocas a Ricardo?

Ya ves que tus hijos están de acuerdo conmigo y que comprenden que lo que hice lo hice por tu bien y por el bien de la familia.

No te preocupes. Ninguno dirá más que la verdad y sólo la verdad: que otra vez te salvé de ser violada, y de quién sabe qué más, y tus hijos te salvarán de andar contando por ahí que su madre es una perdida. Ya veo otra vez a tu madre aquí, trayendo esos pasteles de perro que tengo que comer por pura delicadeza. Bien sabes que hasta tus padres me admiran por haber logrado lo que ellos no pudieron. No en vano me han llamado héroe más de una vez, aunque tal vez exageran. Pero está claro que me admiran por tener los valores morales sólidos y el suficiente valor para imponerlos, para cuidar que esta familia que tanto me ha costado construir no se hunda en el caos y el libertinaje. Porque no hay libertad sin responsabilidad. Así es el mundo desde que es mundo y, aunque me cueste sangre, sudor y lagrimas, no voy a permitir que se violen las leyes fundamentales de la moral.

Un día, cuando logren ver los hechos y la realidad tal como son, sabrán agradecérmelo como corresponde. Yo ya no estaré en este mundo que ustedes disfrutarán gracias al sacrificio de hombres como yo.




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