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RTVE y su desprecio a los niños

OPINIÓN de Julio Ortega   

Según publicó el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos, la violencia en la televisión lleva a los niños a desarrollar conductas agresivas que son aprendidas a través de la observación y retenidas durante largo tiempo. El estudio, con una duración de 40 años, determinó que cuanto más violenta sea la televisión más probabilidades existen de que muestren comportamientos antisociales. En él, el Profesor de Pediatría de la Universidad de Washington, Doctor Dimitri Christakis, aseguró que los niños no saben distinguir entre fantasía y realidad, y que la televisión les enseña que la violencia es divertida. 
 
Si las afirmaciones anteriores reflejan un problema grave en extremo y se están refiriendo a programas de ficción, como series o dibujos animados, ¿cuál no será su alcance cuando esas criaturas tienen constancia de que las imágenes se corresponden con un hecho verdadero? Unas escenas ficticias cargadas de violencia, siendo sin duda dañinas para los niños, todavía dejan cierto margen para que los adultos les expliquen que son pura invención. Pero, ¿qué ocurre cuando transmiten una realidad? ¿Qué decirles entonces? 
 
¿Se imaginan qué efecto causaría en una mente infantil ver en televisión la electrocución de un condenado a muerte o un linchamiento? Y para que nadie me acuse de mezclar animales humanos y no humanos, por más que la violencia no deje de serlo al cambiar la especie de la víctima: ¿observar el proceso de despellejamiento o el hervido de un gato vivo, y el acto de rajarle el vientre a una oveja karakul, también viva, para extraerle el feto con el que confeccionar abrigos de astracán? Cualquier padre o profesor, y digo más, cualquier político, se escandalizaría sólo con plantear esas posibilidades. 
 
Pues ahora, que progenitores, educadores, legisladores y toda la sociedad, reflexionen sobre los cambios efectuados en el Manual de Estilo de RTVE por el Partido Popular en lo que supone una degradante e intolerable vuelta atrás, al eliminar las corridas de toros de la categoría de Violencia con Animales y con ello la prohibición de su difusión, permitiendo así su regreso, en concreto el 5 de septiembre, a esas pantallas en las que al otro lado habrá niños contemplando cómo se le clavan armas a un animal, sus hemorragias, su agonía y su muerte. Violencia de la más explícita. Y real. 
 
Esta aberración trasciende a una gestión inmovilista y reñida con la ética y el progreso: es desandar el camino para volver a sumergirse en el pasado más vergonzoso, es la puerta que facilita el retorno a la ausencia de garantías jurídicas encaminadas a la protección social. Y es, si no hacemos nada, la prueba de que somos unos hipócritas cuando se nos llena la boca con la inviolabilidad de los derechos de los niños. Ya no hablo de los toros.




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