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La guerra de los sordos II

OPINIÓN de Jorge Majfud.-    

No se puede confiar en la inocencia ni en el valor democrático de las típicas campañas ideológicas que tienen escenario en las redes sociales. Quienes habitualmente invierten billones de dólares en el viejo y a veces irónico sistema representativo (pagando avisos en los mayores medios de información, presionando parlamentos y ayudando a elegir presidentes y senadores) bien pueden invertir algún que otro millón en lo que pudo ser la base de un sistema de democracia directa, como los foros sociales, los todavía inexistentes parlamentos virtuales y las estratégicas redes sociales. De hecho, sería ilógico y una muestra inequívoca de incoherencia logística y moral si no lo hicieran. El concepto de “virus” en alguno de estos fenómenos inducidos es particularmente significativo. Este tipo de infecciones sociales creadas por estrategas profesionales es altamente efectivo porque preocupa menos que las antiguas pestes biológicas o que los más recientes virus informáticos: son “virus informativos”.

Mientras tanto, los habitantes de este mundo real y virtual nos sentimos muy libres e independientes reproduciendo esos slogans y micro pensamientos como si fuesen declaraciones de principios que duran lo que una burbuja en el aire. Al fin y al cabo dejar que otros piensen y hagan por uno es gratis y no cuesta mucho esfuerzo, ni intelectual ni físico. Pero como es sabido, en este mundo dominado por el beneficio y los intereses, cuando algo es gratis uno mismo es el producto.

Recientemente han circulado noticias o imágenes de alguna lapidación en África, las cuales son acompañaos con moralejas como “ahora atrévete a decirme que el Islam no es un cáncer”.

Desde hace años he publicado diferentes artículos denunciando estas barbaridades. Pero también es barbarie atribuir a una religión de mil millones de personas (hay que conocerse más) un crimen que practica una minoría de otros bárbaros. La Biblia (en Levítico, Números, Deuteronomio, etc.) impone el mismo castigo de muerte por lapidación por las mismas razones. El Talmud contiene prescripciones que quizás pocos aceptarían o practicarían de forma literal (de ahí la plétora de interpretaciones sobre esta o aquella línea). Afortunadamente las sociedades han evolucionado, a pesar de los más ortodoxos conservadores que presumen de la perfección divina de sus religiones y de sus morales ¾mientras envían a otros a lapidar o a ser lapidados, por otras razones y a mayor escala.

El humanismo y la tolerancia que conoció y propagó el imperio islámico en algunos momentos de su larga historia, en regiones como la España andaluza donde por periodos convivieron pacíficamente judíos, cristianos y musulmanes, hoy brilla por su ausencia en varios rincones del mundo islámico, razón por la cual para algunos una crítica o una burla a Jesús y, sobre todo a Mahoma vale más que la vida de cualquier persona. Esta idea y práctica está en flagrante contradicción con las mejores tradiciones islámicas, como lo es la protección del visitante sin importar su condición religiosa o ideológica; como lo son algunas prescripciones del mismo Mahoma: “la tinta del sabio es más valiosa que la sangre del mártir”; “instruirse es deber de todo musulmán y de toda musulmana”, “busca la ciencia, aunque debas ir a la China para encontrarla”, “búscala, desde la cuna hasta la tumba”.

Por supuesto que el Corán no carece de líneas que están en conflicto con los valores humanistas más modernos. Pero tampoco la Biblia carece de prescripciones que nos llevarían a la cárcel si las practicáramos al pie de la letra. Tampoco el mismo humanismo se ha salvado de ser un instrumento legitimador de otras barbaridades a lo largo de la historia moderna.

El punto es que no hay que confundir un contexto histórico con la naturaleza de una religión o de un pueblo, sea numeroso o minoritario. Las guerras santas no fueron inventadas por el Islam sino por los papas católicos de la Edad Media. Durante siglos, el cristianismo promovió y practicó diversas formas de autoflagelaciones, de terrorismo de Estado y enalteció el martirio, de forma pasiva o activa. En un gran número, los civilizados alemanes de las décadas anteriores a la Segunda Guerra apoyaron el nazismo. Los japoneses se hicieron famosos por sus camicaces… Sin embargo nadie o muy pocos dirían que la quema de herejes o de disidentes está en la naturaleza de las religiones judeocristianas, o que el crimen racial es parte de la cultura alemana, o que el suicidio lo es de la cultura japonesa, como si no existiesen personas de otras culturas que se inmolan por una causa o se hacen el harakiri con otros instrumentos.

En lo que se refiere a la película que blasfema contra Mahoma y la supuesta reacción de los ofendidos musulmanes que mataron al embajador norteamericano junto con otros funcionarios, no me voy a detener demasiado, ya que mi entendimiento del problema coincide con la mayoría de las opiniones que se han vertido sobre el tema: 1) la película, que ni siquiera es una película, ha sido una patraña de un profesional de la pornografía (lo cual ya se advierte en la mala calidad artística del micro video); 2) es parte de la ignorancia occidental y parte de la sed de cruzada de algunos pastores fanáticos que sólo pueden ver fanatismo en las ideas y en las acciones ajenas; 3) no es la posición religiosa del gobierno de Estados Unidos y mucho menos es la opinión de una mayoría de habitantes de este país; 4) algunos de los que defendemos la primer enmienda de la constitución de Estados Unidos nos encontramos en estos casos con ese borde ambiguo donde se superponen la libertad de expresión y la irresponsabilidad criminal de quienes incitan al odio; 5) la susceptibilidad musulmana ante estos actos no solo tiene una raíz religiosa sino que, sobre todo, tiene orígenes históricos, los que podríamos encontrar ya en el siglo XIX con una progresiva colonización y humillación de pueblos enteros por parte de las potencias occidentales. Etc.

Uno de los promotores del video “La inocencia de los musulmanes” fue el famoso pastor Terry Jones (famoso por sus amenazas de quemar el Corán en público y por su ignorancia, no por el numero de sus seguidores), personaje que vive no muy lejos de mi casa. Su productor, un egipcio copto que vive en Estados Unidos desde 1969, refiriéndose a estos hechos manifestó en publico que “el Islam es un cáncer, y punto”.

Sinceramente, no creo que ninguna religión sea un cáncer, como afirman algunos con respecto a la religión de los otros. En general y sin discriminaciones, quizás sean sólo el opio de los pueblos, como lo sugirió alguien en el siglo XIX y como pareciera ir quedando demostrado cada día más.

Ni siquiera desde la época de los faraones, pasando por las cruzadas, las conquistas y reconquistas, todas las guerras nacionales, nacionalistas e internacionales, la ambición y las razones del poder económico y político estuvieron alguna vez ausentes en ningún conflicto religioso. La fe puede elevar a un individuo o a un pueblo entero, es decir, puede liberarlo de ciertas condiciones de opresión, material y espiritual. Pero de igual forma la fe puede, y de hecho ha servido para oprimir individuos y pueblos enteros, embriagando conciencias a fuerza de mecánicas repeticiones o calmando sus reivindicaciones ante la violencia social, económica y moral. Es decir, la fe también ha servido para oprimir a través de la reacción explosiva o a través del statu quo, de la paz de los cementerios que sobre todo conviene y beneficia a los sepultureros. Es decir, la “fe” ha sido desde siempre otro ideoléxico, una sola palabra que puede significar realidades diversas y hasta opuestas, pero que generalmente significa lo que el poder que la ha colonizado quiere que signifique. A partir de ahí, la palabra piensa por nosotros.

En mi modesta opinión, las religiones han sido la mejor excusa y legitimación para quienes se beneficiaban y se benefician de esas guerras; y el mejor anestésico moral e intelectual (de ahí la idea original de recurrir al opio como metáfora) para quienes siguen muriendo y matando con fanatismo en nombre de Dios, la Patria, la Libertad y Los Mejores Valores –que son siempre “Los Nuestros”

El cáncer radica en las ambiciones sin limites del poder económico y político del momento. Las religiones, que pueden ser un medio legítimo para la elevación espiritual de mucha gente, con más frecuencia que excepciones han sido perfectos instrumentos de opresión en masa, el opio que anestesia la conciencia y la moral, el anestésico que alivia y disimula los síntomas de la verdadera enfermedad terminal que, por alguna razón, nunca se ha podido atacar desde su raíz.


*Jacksonville University




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