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CHILE. La farsa politicante

OPINIÓN de Álvaro Cuadra.-

Es de lamentar que muchos partidos políticos se hayan negado a llevar a cabo primarias para construir su plantilla parlamentaria. Con esto le hacen un flaco favor a la democracia que dicen promover y lo único que consiguen es aumentar su descrédito, perdiendo aún más su poca credibilidad. El hecho de que esto ocurra en partidos de diverso signo ideológico muestra que el problema es muy profundo y atañe al ordenamiento institucional del país. Asistimos, pues, como diría Violeta, a una “farsa politicante”

En distintas regiones de Chile han debido aceptar candidaturas impuestas desde Santiago, contra la voluntad de los ciudadanos locales. Líderes de partidos han llevado a sus tiendas políticas hasta el escándalo, pretendiendo perpetuarse en posiciones de poder. La conformación de las listas parlamentarias ha obedecido más a las negociaciones a puertas cerradas entre las “máquinas” de los partidos que a la voluntad de los ciudadanos a quienes, finalmente, se les demanda el voto.

No es necesario ser un experto electoral para advertir que son estas malas prácticas políticas las que espantan a los votantes de las urnas. El rechazo mayoritario de la población a los candidatos en la últimos comicios municipales fue una señal de alerta que no ha sido debidamente considerada. Cuando el 60% de los votantes no se siente convocado por un evento cívico de trascendencia para el país, sería menester que los partidos políticos revisaran, por lo menos, sus procedimientos y no insistir como si nada hubiese pasado en el país.

Cuando los partidos políticos se disocian del sentir ciudadano, o lo reducen tan solo al sufragio, ya no representan sino a un puñado de caciques y, en el límite, pierden su razón de ser. En la actualidad, los distintos partidos políticos chilenos están en un camino que los lleva directo a su degradación para convertirse en meras burocracias asociadas a un poder del estado. La abstención electoral corre paralela a una profunda crisis de los partidos políticos.

Se ha instalado entre nosotros un cierto “sentido común” que asimila a todos los políticos con parásitos o “gánsters”. La ciudadanía advierte en las figuras políticas la gestualidad del payaso y el cinismo del tahúr. Cuando los partidos han dejado de lado los grandes asuntos que inquietan a los ciudadanos y rebajan el quehacer político al frío cálculo por cuotas de poder, estamos ante un patético espectáculo de farándula, mezcla de promesas demagógicas y acusaciones cruzadas, una “farsa politicante”.






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