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PERÚ - El espíritu que nunca fue

OPINIÓN de Raúl Wiener.- 29.07.13. 

Hoy se cumplen dos años de la juramentación de Ollanta Humala como presidente del Perú y del último gesto de desafío al orden establecido por la dictadura fujimorista, resumido en la frase de que juraba por el espíritu de la Constitución de 1979. No era mucha cosa para quién había señalado mil veces que el documento de 1993 era “delincuencial” y que debía ser reemplazado a través de una Asamblea Constituyente. Pero igual desató una batahola naranja e impulsó como un resorte a Martha Chávez a gritar durante toda la ceremonia con lo que consiguió ser la primera sancionada por el Congreso.

Trascurrido el tiempo, la pregunta que cae de su peso es cuál ha sido el espíritu dominante en los actos de este gobierno. La Constitución de 1979, votada por apristas y pepecistas que ahora no la defienden, reflejaba un momento de alta efervescencia y protagonismo popular, que había seguido al proceso trunco de reformas y nacionalizaciones de Velasco. Los ejes de esa Constitución eran la universalización del concepto de ciudadanía (voto a los analfabetos), la ampliación de derechos sociales y de obligaciones del Estado respecto a las persona, la pluralidad económica y la protección de las poblaciones vulnerables.

Era un texto progresista, por detrás del espíritu radical reformador de comienzos de la década de los 70. Pero el Humala real ha quedado muy lejos de ser el restaurador de lo que podía ser lo mejor de la época en la que el Perú empezó a asomarse a la modernidad y a una democracia de mayorías reales y activas. El espíritu que rodea a su gobierno, es el de un conservadorismo profundo, un temor absoluto al conflicto y un sometimiento a las reglas de los que se aseguraron un Estado a su servicio con un golpe y una nueva Constitución a su medida hace 20 años.

Algunos dicen, a manera de excusa, que Ollanta no podía patear el tablero y modificar los equilibrios. Pero no es verdad. Pocas veces se juntaron tantas condiciones a su favor: una candidatura ganadora con un mensaje explícito de cambio votado por la mayoría del país; una movilización social en todo el territorio nacional para apoyar una gestión transformadora; una identificación entre presidente y Fuerza Armada que impedía que pudiera usada en su contra; una oposición dispersa y temerosa; una tecnocracia neoliberal dispuesta a abandonar el barco; un contexto latinoamericano inclinado a la izquierda y con varios gobiernos fuertes en condiciones de apoyarlo.

Con todo eso y con un espíritu distinto al de los 90-2000, se podía avanzar mucho y en todo caso hubiera sido una buena lucha y la afirmación de un liderazgo para la historia. Pero Ollanta eligió el espíritu enano de los que no arriesgan, de los que traicionan a su pueblo, de los que se aferran al poder por el poder mismo.




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