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Despidiendo a Rouco

OPINIÓN de Rosa María Artal.- “Hay individuos y grupos sin escrúpulo alguno, que desprecian el valor de la vida humana y su carácter inviolable, subordinándolo a la obtención de sus intereses económicos, sociales y políticos”, dijo Antonio María Rouco Varela en su despedida –obligada- como presidente de la Conferencia Episcopal. Lo sabe bien. Toda su gestión ha sido un desprecio de la vida humana, en unión de individuos y grupos que –como él- todo lo subordinan a la obtención de sus intereses económicos, sociales y políticos.

Jamás se le ha visto u oído al lado de los más débiles. De los hambrientos, desahuciados de sus casas, empobrecidos por las políticas de esos individuos o grupos a los que él defiende. Solo se ha movido –y mucho- por perpetuar la ideología política más ultraconservadora y el catolicismo más integrista. Se ha metido en las camas, cuerpos y cerebros de quién le ha parecido, salvo en los abusos de la pederastia de sus sacerdotes. Ni una palabra sobre la corrupción de individuos y grupos sin escrúpulos a quienes tan bien conoce. Y así hasta el final. “Volvió a mostrar su aprecio por las virtudes teologales que se llevaban en el siglo XIX, por citar una fecha reciente”, dice José María Izquierdo.

Rouco Varela amparó que desde la COPE, la emisora de los obispos, se difundiera y alentara la teoría de la conspiración del 11M, inventada por El Mundo de Pedro J. Ramírez. Destrozó la vida de muchas personas. En algunos casos literalmente. Y aún tiene el valor de dar lecciones y aún tiene el valor el gobierno de encomendarle ese funeral. Bien pensado no es extraño: son iguales. Del mismo grupo.

“Le escuchaba atentamente la crème del Gobierno: Santamaría, Gallardón y una Cospedal que acababa de hacer las siguientes declaraciones: “Ha habido una sentencia, pero con todo y con eso… toda la luz que se pueda arrojar sobre este acontecimiento será bienvenida”. ¿Impresentable? Pues espere a escuchar lo que había dicho unas horas antes Ignacio González, el del ático, sin inmutarse: “Lo importante es saber quién hizo aquel atentado tan salvaje”, escribe Javier Pérez de Albéniz. La crème de la créme, sí.

Foto: AFP

Una España de sotana e incienso, de púrpura y velatorio. De reyes. Hasta mal avenidos que aguantan el tipo por interés. De autoridades enlutadas capaces de jugar con la vida y los sentimientos de las personas como hicieron el 11M de 2004 y darse golpes en el pecho 10 años después. O seguir sembrando basura como acabamos de ver. Un funeral de Estado. Una misa poblada de polillas que es lo único que dan a las víctimas en busca de consuelo. Ésa es la España de Rouco. La que elige a un presidente de obispos ambicioso y maniobrero hasta el último de sus días en el puesto. Cómo serán sus electores.

O la que de entre todo el empresariado español, opta por los Díaz Ferrán o Arturo Fernández que manipulan empresas o estafan a sus trabajadores. Cómo serán quienes les votan.

Juan Tortosa le dedica diez admoniciones a Rouco en “este deseado y gozoso día de su jubilación”. Las que siempre debió recordar… Así empieza, y luego sigue

1. La iglesia no debe patrocinar ninguna forma ni ideología política, y si alguien utiliza su nombre para cubrir sus banderías, está usurpándolo manifiestamente.

2. No pertenece a la misión de la iglesia presentar opciones o soluciones concretas de gobierno en los campos temporales de las ciencias sociales, económicas o políticas.

3. La fe cristiana no es una ideología política ni puede ser identificada con ninguna de ellas.

4. La iglesia nunca debe determinar qué autoridades han de gobernarnos.

5. Hay que exigir a todos los gobernantes que trabajen al servicio de la comunidad entera, que protejan y promuevan el ejercicio de la adecuada libertad de todos y la necesaria participación común en los problemas comunes y en las decisiones de gobierno.

“Adiós, monseñor y, como dicen en mi pueblo, tanta paz lleve como descanso deja”, concluye Tortosa.

“Tenemos el gusto de decirle, alto y claro, vaya con Dios, don Antonio María Rouco. Vaya, vaya…”, apostilla Izquierdo.

Yo no paro de recordar a Machado estos días: “Aquel trueno, vestido de nazareno”. ¿Esta España del incienso tapa olores es la que nos representa? Es que esto ya lo contamos por siglos y ya vale ¿no?

*http://rosamariaartal.com/




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