David Blutaski. NOTODO.- Los libros que en su título implican una enumeración de recomendaciones son, cuanto menos, sospechosos de ser carne de sección de oportunidades de grandes almacenes. Suelen ser listados simplistas y meros inventarios de lugares comunes con análisis wikipédicos. Ninguno de estos defectos puede atribuirse a Sueños eléctricos.
50 películas fundamentales de la cultura rock, un trabajo riguroso en el que el autor hilvana de manera cronológica la relación que han tenido el rock y el cine desde que en los años 50, este género musical en plena explosión, encontrara en la gran pantalla una nueva forma de llegar a su público; porque como bien nos recuerda el autor, estamos hablando de dos formas de arte que no se pueden separar de que son dos formas de negocio.
Esta recopilación de cincuenta títulos va más allá del rock and roll como estilo musical que emplea guitarra, bajo y batería. Como el título específica, esta filmografía esencial se circunscribe a la “cultura rock”, que es también una actitud, una forma de enfrentarse a la vida, al arte y a la forma de crear, por lo cual de manera justificada, aunque heterodoxa, tienen cabida algunas películas circunscritas a estilos como el jazz, el hip hop o la música cubana.
En un prólogo magnífico, Eduardo Guillot pone en valor su selección de películas, tejiendo una cronología a través de las relaciones entre las dos industrias, movimientos culturales y musicales, formas y estilos de plasmarlos en la pantalla y sobre todo, evitando en la medida de lo posible repeticiones de directores, artistas o géneros.
En una compilación de cincuenta títulos básicos sería un crimen no llegar a ciertas aristas por insistir en ciertas filias (aunque sean totalmente entendibles); cada obra seleccionada debería ser simplemente el germen de una curiosidad mayor. Una curiosidad que, acertadamente, se estimula con cada uno de los entretenidos capítulos dedicados a cada una de las películas, impregnados de curiosidades y anécdotas.
El índice fílmico comienza con Semilla de maldad (Richard Brooks, 1955), cuando de una forma un tanto naif, un género musical recién nacido como el rock y un medio que ya llevaba más de medio siglo como el cine se alían, uno para promocionar a sus artistas y otro para aprovechar el tirón del mismo, y llega hasta prácticamente nuestros días con 20.000 días en la tierra, la película mezcla documental y ficción, que Iain Forsyth y Jane Pollard filmaron en 2014 sobre la figura de Nick Cave.
Entre medio hay una sucesión de géneros como el documental, la ficción, la mezcla de ambos, el biopic, la animación o el falso rockumental; de estilos musicales como el pop, el glam, el punk, el heavy metal, el jazz, la cultura clubber o el hip hop; y de directores como Michael Curtiz, Jean-Luc Godard, Dennis Hopper, George Lucas, Milos Forman, Brian de Palma, Richard Lester, John Landis, Gus Van Sant, Julien Temple o Stephen Frears; pero también hay lugar para, además de acudir a grandes clásicos, rescatar obras en principio menores pero representativas de un momento o una circunstancia concreta.
Pero Sueños eléctricos va más allá de una simple exposición de la relación de la música en el medio audiovisual, otro de sus méritos es reflejar las relaciones sociales que han quedado impregnadas en ella a lo largo del tiempo; hay películas generacionales que ensalzan el pálpito de la juventud de una época, pero el libro también refleja la domesticación del rock, el final del sueño hippie, la comercialización del punk o el momento previo a que artistas y managers comenzaran a controlar las filmaciones, desnaturalizando la verdadera visión de lo que pasaba tras el telón de los conciertos.
50 películas fundamentales de la cultura rock, un trabajo riguroso en el que el autor hilvana de manera cronológica la relación que han tenido el rock y el cine desde que en los años 50, este género musical en plena explosión, encontrara en la gran pantalla una nueva forma de llegar a su público; porque como bien nos recuerda el autor, estamos hablando de dos formas de arte que no se pueden separar de que son dos formas de negocio.
Esta recopilación de cincuenta títulos va más allá del rock and roll como estilo musical que emplea guitarra, bajo y batería. Como el título específica, esta filmografía esencial se circunscribe a la “cultura rock”, que es también una actitud, una forma de enfrentarse a la vida, al arte y a la forma de crear, por lo cual de manera justificada, aunque heterodoxa, tienen cabida algunas películas circunscritas a estilos como el jazz, el hip hop o la música cubana.
En un prólogo magnífico, Eduardo Guillot pone en valor su selección de películas, tejiendo una cronología a través de las relaciones entre las dos industrias, movimientos culturales y musicales, formas y estilos de plasmarlos en la pantalla y sobre todo, evitando en la medida de lo posible repeticiones de directores, artistas o géneros.
En una compilación de cincuenta títulos básicos sería un crimen no llegar a ciertas aristas por insistir en ciertas filias (aunque sean totalmente entendibles); cada obra seleccionada debería ser simplemente el germen de una curiosidad mayor. Una curiosidad que, acertadamente, se estimula con cada uno de los entretenidos capítulos dedicados a cada una de las películas, impregnados de curiosidades y anécdotas.
El índice fílmico comienza con Semilla de maldad (Richard Brooks, 1955), cuando de una forma un tanto naif, un género musical recién nacido como el rock y un medio que ya llevaba más de medio siglo como el cine se alían, uno para promocionar a sus artistas y otro para aprovechar el tirón del mismo, y llega hasta prácticamente nuestros días con 20.000 días en la tierra, la película mezcla documental y ficción, que Iain Forsyth y Jane Pollard filmaron en 2014 sobre la figura de Nick Cave.
Entre medio hay una sucesión de géneros como el documental, la ficción, la mezcla de ambos, el biopic, la animación o el falso rockumental; de estilos musicales como el pop, el glam, el punk, el heavy metal, el jazz, la cultura clubber o el hip hop; y de directores como Michael Curtiz, Jean-Luc Godard, Dennis Hopper, George Lucas, Milos Forman, Brian de Palma, Richard Lester, John Landis, Gus Van Sant, Julien Temple o Stephen Frears; pero también hay lugar para, además de acudir a grandes clásicos, rescatar obras en principio menores pero representativas de un momento o una circunstancia concreta.
Pero Sueños eléctricos va más allá de una simple exposición de la relación de la música en el medio audiovisual, otro de sus méritos es reflejar las relaciones sociales que han quedado impregnadas en ella a lo largo del tiempo; hay películas generacionales que ensalzan el pálpito de la juventud de una época, pero el libro también refleja la domesticación del rock, el final del sueño hippie, la comercialización del punk o el momento previo a que artistas y managers comenzaran a controlar las filmaciones, desnaturalizando la verdadera visión de lo que pasaba tras el telón de los conciertos.
