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Lilian Hellman: mujer inacabada

Eduardo Nabal (izquierdadiario).- La historia de la izquierda en EEUU es una historia de perdedores, pero también de resistencias. Esa es la historia de Lilian Hellman. Es posible que, dado su carácter de “minoría absoluta”, y las numerosas contradicciones socioculturales, además de las persecuciones que ha sufrido a lo largo de su azarosa historia hayan contribuido tanto a su desconocimiento como a su peculiar mitología.






Uno de los nombres que han trascendido al paso de los años, en parte al éxito del biopic “Julia” rodado por Fred Zinnemann a finales de los años ‘70 e inspirado en sus memorias recién reeditadas en castellano, ha sido el de la dramaturga sureña Lilian Hellman. Uno de los nombres pioneros del antifascismo en femenino de la literatura anglosajona del siglo XX que, a pesar de su procedencia social, transitó por las Brigadas Internacionales, viajó a Rusia, luchó contra los nazis y junto a su marido, Dassiell Hammett, sufrió la persecución del tristemente célebre senador Joseph McCarthy en plena guerra fría.

Hoy es recordada además de por la citada película, protagonizada por Jane Fonda y Vanessa Redgrave, por ser la autora de varias piezas teatrales y guiones embrionarias de títulos tan recordados como “La loba”, “La calumnia” de Wyler o “La jauría humana” de Arthur Penn, además de una serie de libros de memorias que dejan testimonio de su paso comprometido y lúcido por el siglo XX y algunas de sus luchas sociales, un paso en el que nunca se limitó a ser cronista y, menos aún, simple espectadora.

“La loba” (The Little Foxes) es una obra emblemática en la trayectoria de Lilian Hellman como dramaturga, solo comparable a “The children's hour” aquí llamada “La calumnia”, sobre dos maestras “acusadas” por una niña mentirosa y luego por una comunidad entera de mantener una relación lésbica en el internado donde enseñan. La fama de la obra llega hasta nuestros días con su discutible melodramatismo y también su virulenta crítica social al provincianismo mental y la doble moral de la sociedad estadounidense del momento. A esto no es ajeno las dos magníficas adaptaciones que William Wyler hizo de ambas piezas, llegando a repetir en el caso de la segunda para poder incluir los aspectos cruciales obviados, debido a la censura, en su versión de los años ‘30 titulada “Esos tres”.

En “La loba” la autora vuelca, más que en otras piezas suyas, claros aspectos autobiográficos sobre todo en lo que se refiere a sus orígenes familiares y el ambiente en el que creció como muchacha inteligente y algo rebelde, en medio de una burguesía racista y en crisis. El Sur decadente, las grandes familias venidas a menos, la codicia, los celos y la ambición son el tema central de una obra que nos habla de forma explícita del núcleo familiar como núcleo de intereses, frustración y rencores, y refleja el resentimiento de la autora hacia algunos de los aspectos menos halagüeños de las gentes con las que creció. Refleja sin piedad la avaricia, el caciquismo, la indiferencia ante la belleza, la murmuración, los secretos de familia, las reyertas de negocios. Aspectos que reaparecen de otra forma en algunas obras suyas o guiones de cine como “Juguetes en el ático”, adaptada al cine por George Roy Hill, o el libreto de “La jauría humana” de Arthur Penn, una virulenta ópera social filmada al final de la era Kennedy.

Wyler que ya había adaptado “The children´s hour” en 1934 bajo el título de “Esos tres” (en una versión adulterada para poder pasar la censura) trabaja por tercera vez con su actriz favorita en el periodo: Bette Davis en el esplendor de su carrera, cuando realizó algunas de sus mejores composiciones interpretativas para el cine melodramático en películas clásicas como “La solterona”, “La carta” o “La extraña pasajera”. En “La loba”, con un maquillaje blanco casi cercano a la máscara oriental, interpreta a la avariciosa Regina, una madre de familia que se disputa con sus dos hermanos la fortuna familiar recurriendo a toda suerte de tretas y sin muchos miramientos hacia los sentimientos de su marido y su hija (encarnada por una joven y primeriza Teresa Wright).

Como Hellman cuenta en sus memorias recogidas recientemente en el volumen “Una mujer con atributos”, muchas frases y episodios de “La loba” están inspirados en su propia vida, en sus primeros recuerdos o su propia familia. Su estirpe sureña la marcaron para siempre, así como su origen judío y sus ideas izquierdistas (por las fue citada por el Comité de Actividades Antinorteamericanas en los años cincuenta), señalando su trayectoria vital y artística de forma indeleble. En “The Little Foxes” incluye por boca de uno los personajes de la obra la profética frase: “Algún día la gente como nosotros poseeremos este país”.

En su breve opúsculo “Tiempo de canallas”, escrito en los años sesenta, Hellman recuerda sin pelos en la lengua algunos episodios transcurridos durante el “periodo McCarthy” o la también llamada “caza de brujas”. Esa atmosfera de delación y linchamiento ya se había encontrado en su primera obra estrenada “La hora de los niños” y la volveríamos a encontrar en otras piezas suyas y en algunos párrafos del guión de “La jauría humana”, el pesimista filme de Arthur Penn sobre la violencia y el racismo en los años sesenta. ¿Es el tema de las obras de Hellman social o una suerte de ajuste de cuentas con los males su tiempo? Obras como “The Little Foxes” recrean algunos episodios de su adolescencia y juventud cuando descubrió los intereses económicos y de prestigio que se escondían tras las rencillas familiares, en ese Sur decadente del que procedía y al que volvería en otras piezas suyas que parecen precuelas de aquella obra.

En “Tiempo de canallas”, Hellman no duda en hablar con lengua mordaz y algo resentida de antiguos amigos y compañeros de profesión como el dramaturgo Cliford Odets o el realizador Elia Kazan, que delataron a muchos de sus colegas -particularmente este último- cuando fueron citados por el Comité de Actividades Antinorteamericanas, aunque su descripción del periodo queda incompleta si no conocemos todo lo que sucedió antes y después y que si podemos encontrar, de forma algo sesgada, en sus libros de memorias “Pentimento” y “Mujer inacabada”, donde también homenajea con lirismo a viejos amigos y amigas como la humorista Dorothy Parker o algunos compañeros de lucha a los que conoció en el extranjero. Hellman, a diferencia de su marido, Dassiell Hammett, no entró en prisión, pero sí tuvo que acudir a declarar acogiéndose a la ya famosa “quinta enmienda” para que “el asunto no llegará a mayores”. El Comité tenía “motivos” suficientes para incriminar a la escritora como sus viajes a Rusia o sus simpatías izquierdistas expresadas en algunas de sus piezas dramáticas e incluso guiones de cine en la que fue criticada por su forma de “presentar a la población rusa”, una población entonces aliada y que en plena guerra fría fue demonizada hasta la saciedad.

Hoy echamos de menos, sobre todo, la traducción al castellano de su producción dramática, de sus grandes obras de teatro inéditas o sin reedición, ya que sus memorias han sido recogidas, nuevamente, por Lumen en el volumen “Una mujer con atributos”.

A pesar de lo que cuenta en memorias y entrevistas (algunas no traducidas al castellano) no creo que Hellman debiera pasar a la historia por sus agrias polémicas con Mary McCarthy o Elia Kazan, y ni siquiera su estrecha relación con el escritor de novelas policiacas Dassiell Hammett completan su significado en la historia ni, menos aún, en las letras. Definida como mujer de mal carácter y pluma afilada, en la que convivía la ascendencia de familia sureña pudiente venida a menos y rebelde con causas, con el doble estigma de ser mujer y judía en tiempos del nazismo, Hellman viajó por Europa en los años más duros del fascismo y también, se acercó, no sin cierta ingenuidad, a Rusia y lo que podía significar a nivel sociopolítico en los años ‘30, no solo por la influencia del teatro ruso, sino por esos ideales comunistas con los que coqueteo en el periodo ante la Gran Depresión y el compromiso de los intelectuales del momento.

Su visión crítica de la sociedad estadounidense se refleja no solo en sus obras sobre la descomposición del núcleo familiar bajo el efecto de la codicia, la condición femenina, el poder destructor de la murmuración y la delación sino también en un compromiso “a medias” con los hombres y mujeres negros, algunos de los cuales la habían cuidado o acompañado hasta la edad adulta. Algunas feministas afroamericanas vieron con posterioridad algo superficial el compromiso antirracista de Hellman. Debemos tener en cuenta que su compromiso con la causa feminista llegó un poco tarde a esos frentes y casi siempre se mantuvo en una fila de relativa comodidad dentro de un sector intelectualmente combativo del mundo en que creció y la época por la que transitó.




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