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Sueño de mujer migrante


"Si Dios me ha permitido llegar hasta aquí (Ciudad de México) en este momento, sé que me abrirá puertas ahí para arriba para poder llegar adonde queremos llegar", dice Ana Maritza, una mujer migrante salvadoreña que había llegado a México y enfilaba la ruta hacia el norte con miles de personas más.

A sus 27 años Ana Maritza se había unido a una de las caravanas de personas migrantes que viajaban hacia el norte y me contaba cómo estaba siendo su experiencia.

"Me he topado con varias gentes y no me han tratado mal", explicó. Había llegado a Tapachula (Chiapas) acompañada de un primo y de su hija. Estaba decidiendo qué hacer, si quedarse en el sur de México en espera de una improbable regularización o seguir. Fue justo entonces cuando aparecieron miles de personas migrantes, muchas de ellas familias, mujeres, confiadas en que transitar en grupo a través de México les podría ahorrar algunos de los peligros intrínsecos en las rutas migratorias.

Hace una década las mujeres migrantes eran en la mayoría de los casos madres jóvenes de hijos pequeños que vivían sin pareja estable, de acuerdo a datos del Instituto para las Mujeres en la Migración (IMUMI). De sus comunidades de origen estas personas partían con el propósito de mejorar su acceso a servicios de salud, sus condiciones materiales de vida, y para dar una mejor educación a sus hijos. También confesaban que huían de situaciones de violencia, bien en sus familias o de la ejercida por los pandilleros.

Hoy la misma organización ve que las mujeres migrantes son sobre todo madres con hijos adolescentes o pequeños. Hay cada vez más niñas y adolescentes que buscan reunirse con sus progenitores en Estados Unidos, principalmente. Los procesos migratorios que emprenden tienen que ver con una huida de la violencia del crimen organizado y las maras, de un deseo de dejar atrás la violencia familias y, en el caso de las madres migrantes, para buscar mayores oportunidades para ellas y para las hijas e hijos que tienen. De migrar los padres solos, hemos pasado a una migración más frecuente con hijos y con más y más familias.

En mi experiencia tratando con mujeres migrantes en México me he dado cuenta de que no hay peligro que las detenga.




"Tengo miedo de soltar a un nene y perderlo (al tratar de subir a 'La Bestia'). Sería la experiencia más horrible", explicó la migrante hondureña Darsy Maribel, en el sur de México. CC BY-NC-ND/CICR/M. Cáceres

La hondureña Darsy Maribel, de 26 años, viajaba con su esposo y sus dos hijos de 8 y 6 años por Chiapas en mayo de 2018. En aquella tesitura daba gracias a Dios por haberle permitido llegar desde el departamento de Cortés a al estado de Chiapas sana y salva con sus hijos y su esposo Gerardo.

Darsy confesó entonces que su mayor temor era subirse a 'La Bestia', en tren que utilizan miles de migrantes a su paso por México cuando carecen de otros recursos para pagarse medios de transporte alternativos: "No sé si pueda (treparme al tren), la verdad, pero no hay dinero para viajar en 'combi' (...) Tengo miedo de soltar a un nene y perderlo. Sería la experiencia más horrible", explicó en la comunidad de Salto del Agua, en el sur de México.

Partió de Honduras para trabajar y poder tener una casa propia, y su mayor desazón fue "pensar que traía a los niños a correr riesgos".

"Mi mami solo me dijo 'Deja a los niños', cuando le dije que me venía. Yo le contesté: 'No, los niños tienen que estar conmigo. A mí me iba a doler dejarlos'. Y ella me dijo: 'Pero van a estar bien'. Y yo le expliqué: 'No, van conmigo adonde vaya'".

El testimonio de Darsy Maribel es buena prueba de que conviven con enormes temores en una ruta donde abundan. Su aspiración en el sur de México era simple: que ella y los suyos llegaran con bien a Estados Unidos, donde tenían primos y podrían conseguir un trabajo, vivir mejor y quizás conseguir el dinero suficiente para hacerse con una vivienda.




Dos mujeres migrantes que viajan con sus hijos los muestran en sus brazos en un albergue de San Luis Potosí, centro de México. CC BY-NC-ND/CICR/M. Cáceres

Las mujeres han participado históricamente de procesos migratorios que no son nuevos para ellas. Sin embargo hoy numerosas organizaciones y donantes están tratando de entender mejor las vulnerabilidades que enfrentan, asociadas con la violencia y el abuso sexual, la discriminación, la posibilidad de caer en redes de trata de personas y de ser víctimas de quienes les acompañan o de personas con quienes se van encontrando en el camino. En general sus procesos migratorios suelen estar asociados con una mayor clandestinidad que la de sus contrapartes varones. Algunas organizaciones como el IMUMI lo han documentado a detalle, como en su trabajo Un viaje sin rastros.

"Son riesgos pero tenemos sueños, y tras los sueños debemos arriesgarnos", me comentó Darsy antes de acabar nuestra plática. Es consciente de que ni ella ni decenas de miles de mujeres migrantes que hacen este recorrido cada año lo tienen fácil pero están decididas y dispuestas a sacrificarlo todo en busca de una mejor vida.




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