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Ansiedad

Livia Díaz 

Xalapa.- Algunos músicos traían el cubrebocas de babero, todos eran de diferentes materiales y colores. ¿En dónde quedó el tan cacaraqueado sobre cuidado en conciertos? -Me preguntaba. 




En tanto me distraían estas cosas, yo pretendía entender por qué, el último concierto didáctico de La Orquesta Sinfónica de Xalapa me parecía desangelado. A ratos, el director bajaba las manos y pasaba a formar parte de los espectadores.  La emoción de estar allí, en la sala del Tlacná, en el C8, me arrimó a esta música. El claro de luna y el paso de animales, rozando la imaginación mientras las cuerdas vibrando. Llevando al león al escenario, y la tortuga, y las aves... ¡Ay las aves! El momento en que regresas a Los Lagos bajo la luz de la luna, guiada por la serenata que se te mete a las venas y te reclama que olvides tus demandas para sentir y viajar en armonía con estos titanes.

Los intérpretes de tal hazaña, son un conjunto de hombres y mujeres, que no parecían estar felices de verse. O quizá sí, y tanto, que se contienen por sanidad y sana distancia. 
Desde mi rincón de la pandemia, en la tercera fila, no consigo ver el fondo.

Apenas las tiras brillantes de las zapatillas de la pianista y el cabezal del violón. Los de los palcos y las partes más altas están felices. Los niños y niñas que entraron están felices. Todos somos felices en la música.  

Sólo falta un violín.

@jornadahuasteca 




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