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Brasil va al balotaje entre el centro izquierda y la ultraderecha

OPINIÓN de Sergio Ortiz

LA SEMANA POLÍTICA

CUALQUIER PARECIDO CON ARGENTINA 2019 NO ES MERA COINCIDENCIA

SERGIO ORTIZ

8 de octubre de 2022

UN HUESO FASCISTA DURO DE ROER

La primera vuelta de elecciones en Brasil, el 2 de octubre, tuvo una rara mezcla de aspectos positivos y otros preocupantes, tanto que dejaron un rastro de amargura en los festejos del PT y su coalición de 10 partidos.

Lo bueno fue la victoria de Lula, que quiere volver al Palacio del Planalto por cuatro años. Logró el 48,37 por ciento de los votos (57.257.473 votos) contra el 43,35 por ciento (51.071.106) del actual mandatario, del Partido Liberal, una ventaja de 6 millones de sufragios.

El gusto amargo de los triunfadores se debió a que no pudieron ganar en primera vuelta. Necesitaban el 50 por ciento de los votos válidos más uno. Y no llegaron a esa meta, pese a que muchas de las 50 encuestas previas coincidían en que no sería necesario un balotaje. Una nueva pifia de las encuestas, algunas de las cuales, como IPEC, ex Ibope, al servicio de la cadena O Globo, y Datafolha habían pronosticado una victoria de Lula por hasta 14 puntos.

Este nuevo aplazo a las consultoras también entró en el balance político, en cuanto a las razones de semejantes errores. Que los encuestados tienen vergüenza de decir a quién votan. Que cambian a último momento. Que los estudios se hacen sobre capas sociales no proporcionales al electorado. Que esas empresas buscan el ok de quienes pagan sus trabajos, etc. Como sea, un fiasco total las encuestas en Brasil, en coincidencia con realidades argentinas. Las crisis de las democracias burguesas del capitalismo dependiente tienen también esa repetida característica de encuestas erráticas.

El sinsabor petista – y de los simpatizantes de izquierda y el progresismo en Latinoamérica- no sólo tenía que ver con la expectativa frustrada de verlo presidente al ex metalúrgico ese 2 de octubre sin tener que sufrir hasta la segunda vuelta de 28 días más tarde. Hubo otras cosas negativas, como el crecimiento del voto de Jair Bolsonaro. En números tuvo un millón de votos más que cuando se consagró presidente en 2018. Ahora ganó en Brasilia y los dos estados más importantes, San Pablo y Río de Janeiro. Sus candidatos ganaron las gobernaciones de la mayoría de los 27 estados, en algunos casos en primera vuelta y en otros, como San Pablo, son favoritos para el balotaje. Sus bancadas en Diputados y el Senado serán las más numerosas, con las preocupantes conclusiones que eso supone para Lula en caso que gane la presidencia.

¿A LA OFENSIVA O A MEDIA MÁQUINA?

Las fuerzas progresistas y reformistas se suelen quedar a mitad de camino, a la hora del enfrentamiento político con los bloques conservadores. Primero, no movilizan a los sectores populares para que en las calles jueguen su partido fundamental contra las clases dominantes. En buena medida para no malquistarse con éstas, que son dueños de los resortes fundamentales de un país. Coherente con ese discurso “tranqui”, suponiendo que ya tienen ganada una elección, tampoco golpean fuerte a sus rivales electorales, con el ánimo de auspiciar una estúpida “unidad nacional” que los enemigos del pueblo se pasan por el tujes.

Bolsonaro le dijo de todo a Lula, desde presidiario, corrupto y comunista hasta acusarlo bajo cuerda de querer cerrar las iglesias y atentar contra las familias. Todo en línea con su lema de “Dios, Patria, Familia y Propiedad”. No eran solamente palabras y uso violento de las redes sociales y medios de comunicación. Bolsonaristas asesinaron a tres simpatizantes del PT en las semanas previas al comicio, abriendo un serio riesgo de qué podrían hacer esos fascistas en caso que a fin de mes se concrete una derrota del militar retirado.

Desde el PT ni siquiera pegaron duro sobre la catástrofe sanitaria que vivió Brasil con el coronavirus, que mató a 687.000 personas. Era una gripezinha dijo la bestia y no compró vacunas a tiempo. Este flanco no fue suficientemente golpeado y el general Eduardo Pazuello, ex ministro de Salud y corresponsable de esa crisis, ganó una banca de diputado por Río de Janeiro.

Recién en el tramo final de la campaña y en uno de los tres debates televisivos de los candidatos, Lula criticó la política de Bolsonaro durante la pandemia, pero no fue parte de una ofensiva en toda la línea.

El comando de campaña del PT y aliados tampoco profundizaron en la denuncia política del fascismo personificado en Bolsonaro y su núcleo político y militar (además de apoyarse en las fuerzas armadas, incorporó a más de 6.000 militares a funciones de gobierno).

La timorata de la oposición hizo que para muchos electores la mácula de la corrupción correspondiera más a Lula que a Bolsonaro. Durante los dos gobiernos de aquel y de Dilma Rousseff hubo casos de corrupción vía coimas de Odebrecht, pero ni Lula ni Dilma fueron corruptos. El primero estuvo 19 meses preso, entre 2018 y 2019, pero sus condenas fueron anuladas en 2021 porque los procesos habían sido amañados por el juez Sergio Moro, premiado por Bolsonaro con el ministerio de Justicia y ahora con una banca de senador.

El actual presidente tiene muchas acusaciones de corrupción, con sus tres hijos, dos de ellos legisladores, y a lo largo de su paso por 9 diferentes partidos de derecha entre 1989 y 2022 (dato de Gustavo Veiga en Derribando Muros) y como gobernante desde 2019 hasta hoy. ¡Y para muchos votantes parece que el poco honesto es Lula!

Y eso no se explica solamente por las redes sociales. Lo básico es la pasividad del progre-reformismo, que no quiere atacar al enemigo para ser “políticamente correcto”. En cambio esa derecha juega fuerte, a la ofensiva, y por eso recupera terreno como lo hizo en los últimos meses Bolsonaro. Es lo que hizo su amigo Mauricio Macri, que había perdido por 15 puntos en las PASO de agosto de 2019 y redobló sus ataques al Frente de Todos y descontó 8 puntos en octubre de ese año. Perdió, pero quedó de pie para buscar su revancha, algo que está madurando actualmente en Argentina. Y es lo que podría hacer Bolsonazi aún perdiendo el 30 de octubre…

¿GANARÉIS PERO NO GOBERNARÉIS?

Todo indicaría que Lula será electo presidente el 30 de octubre. Las depreciadas encuestas lo vuelven a poner adelante por 10 puntos y además los candidatos que salieron en tercero y cuarto puesto, la senadora Simone Tebet de centroderecha del MDB y Ciro Gomes del laborista PDT han llamado a votarlo. Aunque su peso electoral es muy relativo, también se pronunció en tal sentido el ex presidente Fernando H. Cardoso del PSDB, partido que sufragará por el bolsonarismo.

Entre las pocas esperanzas para el neonazi están dos: las iglesias evangelistas, que son parte de su fuerza electoral, y el plan Auxilio Brasil, que entrega una ayuda social de 120 dólares a 20 millones de familias muy pobres. Obviamente ese bono estatal incrementó sus votos en primera vuelta y podría mejorarlos en el balotaje, pero no tanto para descontar la diferencia de los 6 millones de votos en primera vuelta y el 7 por ciento que, sumados, Tebet y Gomes podrían aportarte a Lula.

De Bolsonazi se puede esperar cualquier cosa en caso de ser derrotado. Como su referente es Donald Trump, en esas hipótesis entra un intento de toma del Capitolio, como hicieron los neonazis norteamericanos que denunciaban fraude de Joe Biden. Algo así no puede descartarse, aunque como discípulo del magnate, el fascista sudamericano también puede evaluar que le convendría más aglutinar a su fuerza y esperar. Tendrá a la mitad o más de los gobernadores del país, una mayoría de 273 diputados (entre propios y aliados) frente a 128 del PT y aliados, también mayoría en el Senado contando a los suyos y aliados, etc.

Si en vez de imitar al primer Trump incendiario, optara por copiarse del segundo Trump, el que esperó el desgaste de Biden para posicionarse como líder republicano de cara a estas elecciones de mitad de mandato, en noviembre próximo, Bolsonaro puede ser aún más peligroso. Es lo que hizo el macrismo en Argentina, sea Macri u otro el candidato en 2023. Y esto ocurre justo con la emergencia de gobiernos de derecha en otros países, como Meloni en Italia y Truss en el Reino Unido.

Si Bolsonaro adoptara esta táctica, apostará a no dejar gobernar al PT.

LULA GIRA AL CENTRO-DERECHA

Al poner como candidato a vice a Gerardo Alcklim, un político de derecha, Lula se copió de sí mismo y de Cristina Fernández de Kirchner. De sí mismo porque antes puso como su vice a José Alencar (Partido Liberal) y alentó a Dilma a hacer lo propio con Michel Temer (MDB), que terminó dando el golpe de estado parlamentario en 2016 y abrió paso al bolsonarismo dos años después. Y se copió de Cristina, que hizo algo parecido con Alberto Fernández, como gesto al electorado y al poder real del capitalismo dependiente.

Ya ese desarrollismo de Lula combinaba políticas sociales, que sacaron de la pobreza entre 30 y 40 millones de personas, con políticas económicas favorables a los industriales monopolistas de San Pablo (FIESP), y banqueros como Henrique Meirelles, dueño de bancos privados y titular del Banco Central durante la mayor parte del gobierno de Lula, luego ministro de Hacienda del golpista Temer.

Desde ese gobierno progresista muy limitado políticamente, hoy Lula viene con una propuesta más corrida al centro-derecha. ¿Pruebas? Ya indicamos que su prédica de campaña fue menos que light, frente a un enemigo que pegaba debajo de la línea del cinturón. No hizo propuestas programáticas importantes para combatir la pobreza, por ejemplo de gravar con más impuestos a los más ricos y banqueros.

Al contrario, tuvo reuniones con los popes empresarios de Brasil, buscando tranquilizarlos de que con su nuevo gobierno no tienen nada que temer. Por otro lado se ha reunido con enviados de la administración Biden y el 21 de septiembre lo hizo con Douglas Koneff, el encargado de negocios a cargo de la embajada de Estados Unidos en Brasil.

Está bien que Lula no heredaría el país fundido que le tocó al Frente de Todos. Dicen que su Banco Central tiene reservas por 360.000 millones de dólares. Su inflación anual será de menos del 10 por ciento. El PBI viene creciendo, bien que módicamente, pero con la tremenda desigualdad de siempre, mucha pobreza y los 33 millones de ciudadanos que no comen bien, con pueblos originarios avasallados y la Amazonia en desmonte.

Brasil, como Argentina, necesita una solución popular, democrática y antiimperialista. Acá hubo neoliberalismo con Macri y allá neonazismo con Bolsonaro. Obvio que Cristina no es lo mismo que el CEO del PRO ni Lula es igual que Bolsonazi, pero el drama es que los límites y cobardías de esos frentes que alguna vez fueron progres y conservan una mínima parte, les abrieron las puertas al regreso de la derecha bestial, con rostro empresarial una y militar la otra.




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