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Ha muerto el primogénito bastardo de Juan Carlos I

Por eso es preferible la República, en la que el pueblo elige al más capacitado para presidirla, y caso de no comportarse como se espera de él, se le depone y se vota a otro. Aquí ya se hizo durante la II República, cuando los españoles eran más conscientes de sus derechos y obligaciones. Eran otros tiempos. 

OPINIÓN de Arturo del Villar
 

Aunque la Casa Irreal no ha emitido ningún comunicado oficial, el 8 de octubre de 2022 ha fallecido Albert Solà, quien decía ser y parecía el hijo primogénito, pero bastardo, de Juan Carlos I de Borbón y Borbón. Dedicó buena parte de su vida a intentar ser reconocido como tal, sin éxito porque su majestad el rey católico ignoró su pretensión de someterse a una prueba de paternidad mediante el examen del ADN, que hubiera dirimido la cuestión debatida. Conocemos su historia porque la relató en el libro El monarca de La Bisbal, publicado en abril de 2019 en Barcelona por Ediciones B, empresa perteneciente al poderoso grupo internacional Penguin Random House. No lo había escrito él, sino que lo dictó a un teclista de la editorial, contando su vida digna de un folletín. Del total de 208 páginas, 182 corresponden a la confesión, y el resto contiene documentos recopilados por la editorial, conducentes a demostrar la verdad de las afirmaciones declaradas por Solá. Es una lástima que no le sometieran a un detector de mentiras.

El título provocativo de El monarca de La Bisbal, que es donde residía el presunto bastardo real, y en donde trabajaba como camarero, da por cierta su confesión. Si se confirmara su filiación, sería el primer caso de un Borbón trabajador en la historia de España, porque lo que hace Cristina es cobrar, y los demás viven de borbonear. La cubierta del volumen reproduce su retrato, que sí ofrece unos rasgos físicos conocidos.

En la parte superior de la cubierta figura este anuncio de la editorial: “La autobiografía del hombre que afirma ser el hijo mayor de Juan Carlos I.” El énfasis en la supuesta condición de primogénito indica que, en el caso de ser reconocida la paternidad, y dado que los hijos naturales poseen los mismos derechos que los legítimos, él hubiera tenido que ser el heredero del trono, y Fe-ipe quedaría relegado a la condición de infante, igual que sus hermanas, y su hija Leonor dejaría de ser triprincesa de Asturias, Gerona y Viana, duquesa de Montblanc, condesa de Cervera y señora de Balaguer, y no podría seguir exigiendo a sus compañeras de colegio que le hagan reverencias: la borboncita sale marimandona, como su tía Elena, que acaba de exigir a un periodista que la llamase doña Elena si quería continuar hablando con ella. No en balde descienden de Isabel II de Borbón y Borbón, la mayor golfa de la historia de España.

Prohibidas las pruebas

Solà intentó conseguir que Juan Carlos se sometiera a una prueba de ADN para compararlo con el suyo, pero su majestad católica desdeño contestar siquiera a la petición, y los tribunales a los que se dirigió para solicitar una prueba de paternidad rechazaron todas sus solicitudes, debido a que el rey de España es constitucionalmente irresponsable de sus actos. En el caso de Juan Carlos quedó bien probada su irresponsabilidad, lo mismo en España que en Botsuana. El Tribunal Constitucional no admitió el 16 de mayo de 2015 el recurso de amparo presentado por los abogados del demandante, contra la decisión del Tribunal Supremo desestimando la demanda de paternidad. Esto es el reino de España, en donde la Justicia se administra en nombre del rey, según explica el primer párrafo del artículo 117 de la vigente Constitución borbónica, y no hay más que hablar. También Solà se quejaba de la falta de sensibilidad demostrada por su presunto padre, que supuestamente se interesó por su nacimiento, pero después se negó a reconocerlo. Pues qué esperaba. Era un ingenuo, aunque fuese catalán. Albert Solà nació en 1956 en la Maternidad de Barcelona, hijo de padre desconocido, y contó siempre con algún protector también desconocido. A los 7 años fue adoptado por un matrimonio de payeses que le dio los apellidos que llevaba desde entonces. Consciente de que existían misterios en su vida, pidió en 1988 a la Maternidad su expediente de adopción, en el que comprobó que figura clasificado como “chupete verde”, denominación habitual de los hijos de los reyes, por ser verde las siglas de “Viva El Rey De España”. Empezó entonces su batalla legal para que Juan Carlos se sometiera a la prueba del ADN, sin éxito, por lo que dijo lamentar su falta de sensibilidad. Resulta extraño que no la hubiera advertido hasta entonces, como sí sabíamos los vasallos desde siempre. El caso revestía especial importancia, porque si se hubiera reconocido que el apellidado Solá era realmente hijo del rey Juan Carlos I y tenía derecho a utilizar el apellido de Borbón con tratamiento de alteza real, tendría que ser proclamado rey de España, en detrimento de su presunto medio hermano Felipe, al ser el primogénito. Así lo dispone el primer párrafo del artículo 57 de la Constitución borbónica vigente, ya que el hasta ahora llamado Felipe VI nació en 1968, esto es, doce años después de su presunto hermano mayor, que reinaría como Alberto I.

Son cuestiones que solamente se plantean en las monarquías, un régimen primitivo en el que los hijos suceden a los padres, aunque sean incapaces congénitos. Por eso es preferible la República, en la que el pueblo elige al más capacitado para presidirla, y caso de no comportarse como se espera de él, se le depone y se vota a otro. Aquí ya se hizo durante la II República, cuando los españoles eran más conscientes de sus derechos y obligaciones. Eran otros tiempos. Las razas degeneran a gran velocidad.

Una muerte oportuna

El inesperado fallecimiento del muerto como Albert Solà elimina los problemas dinásticos. Se hallaba tranquilamente en un bar ampurdanés, charlando con unos amigos y gozando aparentemente de una excelente salud, cuando de pronto cayó al suelo desvanecido. Según el parte médico de defunción había sufrido un infarto que le produjo una muerte fulminante. Cuando el rey decrepito haya conocido la noticia, allá en su dorado exilio moruno de Abu Dabi, habrá exhalado un suspiro de alivio: ya está libre de la tenaz persecución a que le sometía su hijo putativo en petición de ser reconocido como bastardo.
El fallecimiento ha sido oportuno además porque el ahora finado repentinamente se había comprometido a participar la semana próxima en el programa “¿Quién es mi padre?”, emitido por Telecinco, una cadena muy atrevida. Podría haber sucedido que Solá revelase algunas cuestiones que no contó en su libro por discreción, y se organizara otro escándalo más para añadirlo a la biografía no apta para menores del ahora exiliado rey decrépito, sucedidas cuando se hallaba en la plenitud de sus facultades. Es una suposición que ya nunca podremos comprobar, porque Albert Solá está callado para siempre, y así descansa en paz Juan Carlos I.

Arturo del Villar, presidente del colectivo republicano tercer milenio.


Extremadura Progresista






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