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El nuevo Marco Global de la Biodiversidad

Jorge Zavaleta Alegre

El 2023 comienza a despertar con mayores muestras de interés por la integración de la naturaleza con  las ciudades. Parques, jardines y paseos con arboledas preocupan  a las autoridades locales.  Aumentan los proyectos de  fortalecer la vida vegetal para todos sus habitantes.  

En primer lugar, los árboles funcionan como un excelente termorregulador natural. Gracias a su sombra y el vapor de agua que liberan sus hojas, logran bajar la temperatura ambiental entre 2 y 8 0C en los días calurosos. Los árboles absorben el dióxido de carbono, principal causante del calentamiento global. Limpian el aire actuando como purificadores, absorbiendo óxido de nitrógeno, amoníaco, dióxido de azufre y ozono y devolviendo oxígeno a la atmósfera.

La FAO (ONU para la Alimentación y la Agricultura) remarca que los árboles en las ciudades también ayudan a revalorizar el área en la que han sido plantados, ayudando a conseguir un rédito de hasta un 20% más que aquellas zonas de la ciudad en las que no existe vegetación…

La Banca Mundial de Desarrollo (BMD) y la prensa de mayor prestigio internacional han formado un binomio para promover el financiamiento positivo para la naturaleza y continuar con el proceso para desarrollar una meta de financiamiento verde.  Se busca alcanzar una definición concertada de financiamiento de impacto ambiental positivo y una metodología de seguimiento para el segundo trimestre de 2023. 

El BID, por ejemplo. anunció sus avances durante la 15ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre Diversidad Biológica (COP15), realizada en Montreal, Canadá, del 7 al 19 de diciembre.

Una economía positiva con la naturaleza puede generar oportunidades de negocios por valor de US$10 billones mediante la transformación de los sectores de alimentos, infraestructura y energía, que son responsables de casi el 80% de la pérdida de la naturaleza. Apoyar las inversiones de impacto ambiental positivo es fundamental para las economías y los pueblos de América Latina y el Caribe:

 El BID será el primer banco multilateral de desarrollo con una estrategia dedicada a la incorporación del capital natural y la biodiversidad. Esto se basa en el trabajo que se está realizando para integrar la biodiversidad en los procesos de planificación nacional, actualmente en curso en 10 países. 

El BID continúa trabajando con socios como Francia y el Reino Unido para desplegar fondos para la conservación de los ecosistemas, otras formas de conservación y el uso sostenible. A través de la Iniciativa Amazonia, está ayudando a Brasil, Colombia, Ecuador y Surinam a incorporar actividades regenerativas en la cuenca amazónica. Continúa promoviendo enfoques financieros innovadores como bonos de sostenibilidad. nuevas clases de activos naturales, bancos de hábitat de biodiversidad, créditos de biodiversidad y plataformas digitales.

The New York Times se pregunta: 

¿Podemos ponerle precio a la naturaleza?

Una paradoja económica en la Amazonía ecuatoriana y otras lecturas para el fin de semana.

Manuela Andreoni, autora del boletín Climate Forward, que dos veces por semana pone en tu bandeja de entrada artículos sobre la crisis climática. Esta semana publica un reportaje revelador sobre la Amazonía ecuatoriana que Manuela firma junto con Catrin Einhorn. A continuación, presentamos en español un detrás de cámara de la nota y una reflexión de las paradojas que plantea. 

Daniel Huepihue Cahuiya Iteca es el presidente de Yarentaro, un pueblo indígena de la Amazonía ecuatoriana.Credit...Erin Schaff/The New York Times

YARENTARO, Ecuador — Imagina que tu primer contacto con la cultura occidental fuera con una compañía petrolera. 

He intentado imaginármelo desde que visité Yarentaro, un pueblo indígena waorani de la Amazonía ecuatoriana que se encuentra cerca de unas lucrativas reservas de petróleo.

Los waorani eran cazadores seminómadas cuando llegaron los misioneros y las compañías petroleras en busca de almas y riquezas en las décadas de 1950 y 1960. Su mundo cambió rápidamente en las décadas siguientes, cuando las petroleras ocuparon enormes extensiones de su territorio para perforar. Y, sin embargo, siguen esperando tener pleno acceso a gran parte de lo bueno de la sociedad occidental, como la medicina y la educación modernas.

Hoy quiero hablarles de Yarentaro porque la gente de allí tiene que vivir con las consecuencias de que nuestra sociedad no reconozca los servicios medioambientales que la selva tropical de allí, y otros lugares similares, llevan mucho tiempo prestando gratuitamente.

Me refiero a las nubes de lluvia que se forman sobre los árboles y que ayudan a nutrir los cultivos de todo el continente, al carbono que calienta el planeta y que los árboles y otras plantas almacenan mientras crecen, y al efecto refrigerante del bosque sobre nuestro planeta. (Es muy probable que los bosques y sus habitantes hagan mucho más por nosotros de lo que la ciencia ha descubierto hasta ahora. Ten en cuenta que hay miles de especies de árboles que aún son desconocidas para los científicos).

La comunidad, de unas 90 personas, que visité en octubre con mis colegas del Times Catrin Einhorn y Erin Schaff, está cerca del Parque Nacional Yasuní, uno de los lugares con mayor biodiversidad del planeta. También está a poca distancia de un grupo de pozos de una empresa petrolera.


Ana Cupe Tegawani, una mujer de unos 50 años que es una de las sabias de la comunidad, nos contó a través de un intérprete que aún recuerda el momento, hace décadas, en que los misioneros le advirtieron de que llegaba el petróleo. Recuerda que fue más o menos en la misma época en que conoció el azúcar. El sabor desconocido le disgustó y lo escupió.

Resulta paradójico que Ecuador decidiera perforar en la selva para sacar a su gente de la pobreza, pues Yarentaro tiene un nivel de vida increíblemente bajo, algo habitual aquí en la Amazonía, donde se encuentra la mayor parte del petróleo del país.


Hasta hoy, Yarentaro no tiene sistema de saneamiento y el agua se tiene que extraer de un río cercano. Hay envoltorios y bolsas de plástico desparramados en gran parte de la comunidad, un recordatorio de que la gente de aquí tenía poco apoyo para hacer frente a las consecuencias de nuestro estilo de vida occidental..

Daniel Huepihue Cahuiya Iteca, presidente de la comunidad, nos dijo que quiere que sus hijas estudien, se preparen y tengan una beca para ir a la universidad. “Eso es importante para nosotros”.

En la región del Yasuní viven dos grupos indígenas que rechazan el contacto con la sociedad occidental y viven en lo que se denomina aislamiento voluntario. Los tagaeri y los taromenane, también llamados pueblos no contactados, son seminómadas y sobreviven enteramente de la selva, cazando con lanzas y dardos.

Los activistas con los que hablamos dicen que la explotación petrolífera y maderera ha avivado los conflictos entre este pueblo aislado y otros grupos, entre ellos, los waorani. En las dos últimas décadas se han producido al menos tres masacres.

En 2013, una pareja de ancianos waorani de Yarentaro fue asesinada con lanzas por indígenas aislados. Los habitantes de Yarentaro culpan de los asesinatos a los yacimientos petrolíferos cercanos, donde máquinas ensordecedoras retumban día y noche. Los mataron a decenas de integrantes de la comunidad. “La empresa mucho daño ha hecho”, dijo. “Nosotros queremos ser waorani, ser libres para caminar nosotros”.

La lucha de Cahuiya representa un desafío universal: encontrar una forma de vivir en armonía con la naturaleza y prosperar en un mundo construido sobre riquezas petroleras. Estos gobiernos se enfrentan a una pregunta difícil: ¿Cómo arreglar un sistema financiero que compensa generosamente la extracción de petróleo mientras no valora una selva que proporciona servicios esenciales a todo el planeta? Nuestra capacidad para adaptarnos a las crisis del clima y de biodiversidad bien puede depender de que encontremos la respuesta…




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