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La ayuda para el (sub)desarrollo

Jorge Majfud

Empecemos por algo que, a esta altura, ya debe estar más que claro, aunque apenas una década atrás era calificado de delirium tremens, como todo lo que se sale un poco del ilusionismo colectivo. Las corporaciones actuales funcionan como feudos medievales por los cuales los señores dueños de vidas y tierras se reparten los reinos cuyas coronas, sus gobiernos, poco pueden hacer para limitar su poder. Por el contrario, y sobre todo a partir del nacimiento del capitalismo con el enclosure (cercado) en la Inglaterra del siglo XVI, estas coronas fueron y son funcionales a los nuevos señores feudales, los liberales.



En Estados Unidos, las corporaciones están en los comités de redacción de leyes, son importantes donantes de los candidatos de los dos partidos en perpetua disputa por la distracción popular, gracias a las leyes y a las decisiones judiciales que, por ejemplo, en 2010 eliminaron el tope máximo de donación permitido a las corporaciones bajo el argumento de que atentaba contra la libertad de expresión (Citizens United v. Federal Election Commission). Prácticamente todo el sistema político y cultural, desde los centros del poder hegemónico anglosajón hasta las neocolonias del Sur Global, desde legisladores, presidentes, jueces y, consecuentemente medios de comunicación, todos están a favor o bajo presión de las principales corporaciones a las que sus esclavos intelectuales, servilmente, atribuyen cualquier forma de progreso y bienestar social.

Pero este poder no se limita a las fronteras nacionales de aquellos países en los cuales tienen residencia declarada y personería jurídica reconocida. Su poder se extiende de diferentes formas al resto del mundo, tanto financieras como legales. Años atrás detallamos casos de extraterritorialidad judicial, como el que en 2018 afectó a la ejecutiva de la empresa china de telecomunicaciones Huawei. El primero de diciembre de 2018, en tránsito hacia México, Meng Wanzhou fue detenida en Vancouver, Canadá, por la guardia canadiense y con la asistencia de agentes estadounidenses bajo la acusación de haber hecho negocios con Irán, en violación con las leyes… de Estados Unidos (“El verdadero fraude financiero”). Luego fue acusada de fraude y sobreseída en 2022, año en que pudo regresar a su país. No es mi intención hacer una defensa de la señora Wanzhou y mucho menos de la compañía Huawei, sino de ilustrar cómo funciona el imperialismo―en este caso, judicial y financiero. Debería estar de más aclarar esto, pero con los años he aprendido que nunca se debe subestimar el poder masivo de rémoras y escuderos.  

Gracias a las leyes aprobadas bajo extorciones en los gobiernos, nacionales y extranjeros, las corporaciones privadas (algunas con dos veces más capital que todo el PIB de países como Francia o Brasil) poseen inmunidad y hasta soberanía, mucho más soberanía que los mismos Estados soberanos, ya que pueden demandar a gobiernos pero no ser demandadas por éstos. Gracias a su poder financiero, los países atrapados en la convenientemente diseñada telaraña de deudas y en la necesidad de desarrollo eternamente interrumpido por las superpotencias noroccidentales hacen hasta lo imposible por atraer sus inversiones y luego por mantenerlos contentos para que no se vayan. Son esas mismas megacorporaciones las que escriben la letra chica de los TLC (“Tratados de Libre Comercio”) que les asegura su libertad expoliar recursos naturales y recursos humanos, para restringir derechos y expandir obligaciones ajenas, para usar y tirar trabajadores libremente, los cuales, una vez descartados, no tendrán ninguna libertad de cruzar fronteras como lo hacen los gerentes, los miembros de los poderosos directorios (board of trustees) y sus inversiones carroñeras que luego venderán a los gobiernos y a los políticos cipayos como inversiones para el desarrollo o, peor aún, como préstamos salvadores.

Estos Tratados de Libre Comercio, que estas corporaciones logran que los gobiernos firmen sin conocimiento popular (y cuyas negociaciones sólo se conocen cuando ocurre una filtración, como la de WikiLeaks en 2013), suelen establecer la libertad casi absoluta de los capitales de invasión. Su poder de extorción es máximo: cuando se les antoja, entran en un país y, cuando algo no les gusta, como algún derecho ganado por los trabajadores, se van sin avisar, descalabrando la economía de países grandes y chicos. Otra vez, el secuestro de las palabras, como aquí “libertad de comercio” es tal que logran imponer una realidad contraria a la obsecuente prédica: “libertad para imponer el poder incontestable de sus capitales; libertad para imponer y manipular gobiernos; libertad para silenciar y desacreditar a cualquier crítico; libertad para inocular su ideología parasitaria en el fanatismo servil de los esclavos voluntarios, cuya mayor libertad se limita a poseer la palabra libertad, una combinación de cinco fonemas vacíos por repetición.

Cualquier forma de regulación que limite esta “libertad de inversión” para asegurar condiciones de estabilidad para los países cautivos, es saboteada como una amenaza contra “la libertad” y el “libre mercado”, propia de los fracasados países comunistas, etc. El mismo Banco Mundial, cuyo declarado propósito es ser un “banco de desarrollo” para “apoyar con préstamos a los países subdesarrollados”, no sólo no tiene expertos en desarrollo en su cúpula sino que trabaja para los especuladores financieros, demostrando que, en la práctica, su verdadero objetivo son los negocios de las corporaciones y la protección de los grandes capitales. Con regularidad, el Banco Mundial publica rankings de países según su docilidad ante los inversionistas trasnacionales ―uno de los tantos rankings mundiales dictados por el norte según sus intereses y de los que el Sur Global debe liberarse. Su publicación principal, Doing Business, alerta en tiempo real a los especuladores cada vez que un país se aparta un centímetro del dogma corpofeudal: en América del Sur el congreso del país X ha aprobado un proyecto de ley reconociendo un derecho laboral; en África, el país Y enfrenta manifestaciones populares contra el dictador amigo N; en Asia, una encuesta sugiere que el 60 por ciento de la población de Z está a favor de la regulación bancaria; etc. Whisky en una mano y el mouse en la otra, los inversores mueven sus capitales de un país a otro generando el “pánico de los mercados” en los países X, Y y Z y sus políticos criollos explican la crisis por “la falta de libertad de los mercados” y, como suele decir el escritor Mario Vargas Llosa, por “no estar en el camino correcto” y “por no votar bien” a favor de la libertad, del desarrollo y de la prosperidad capitalista que, si por algo se ha destacado a lo largo de cuatro siglos es en promover la riqueza (desarrollo) de las potencias colonialistas y la muerte y la miseria (subdesarrollo) en los países colonizados.





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