OPINIÓN de Carlos Luna Arvelo Ni en el más remoto de sus pensamientos podía llegar a suponer aquel hombre, envejecido más que por los años vividos por azares de una vida turbulenta, que esas conversaciones con aquel chico sembrarían la semilla que 50 años después al germinar partiría la historia de ese pequeño país suramericano y lo convertirían en un referente histórico de lucha política en un mundo que apenas salía de los horrores de una guerra que además de acabar con la vida de 10 millones de personas devasto buena parte de los territorios en Europa. Corría la segunda década del siglo XX y habían transcurrido ya casi 30 años desde que aquel turinés había dejado su terruño para asentarse en el Sur de América y algo había aprendido de esa doctrina política, que tanto prometía a quienes como el soñaban con cambiar el mundo y las injusticias en el reinantes. De Malatesta aprendió que “la armonía de los intereses y los sentimientos, el concurso de cada uno en el bien de todos y el de to