OPINIÓN de Rafael García Almazán/ Kabila .- Hace ya unos cuantos años, en Renfe había tres clases que separaban por categorías a los pasajeros. La clase primera que era la pera. Yo recuerdo que la veía con pura envidia desde el andén, con unos asientos mullidos y con respaldo comodísimo. Luego estaba la segunda –tampoco monté nunca en esta clase—, y era de asientos enfrentados y respaldo de tela con espacios para poder estirar las piernas. Y, por fin, estaba la clase tercera, la que siempre utilicé. Eran asientos y respaldos de madera, listones unidos y corridos, de los que había que levantarse para poder despertar los glúteos, para calmar la molestia y dolor que dichos listones te provocaban en la espalda. Pues bien, en las víctimas del terrorismo también hay clases. Por desgracia el dolor es el mismo o parecido en todas ellas, el sufrimiento provocado por muertes, heridos, vejaciones o torturas es muy similar. No lo es el tratamiento que desde las instancias estatales se les da. A