Por Jesús Chucho García .- Desde el vientre ardiente de las fiestas afrobrasileños que se realizan para regocijo de los orixas, de la macumba, el Candomblé, se fueron cruzando ritmos, tanto los estrictamente sagrados, como los de diversión: Batuques, jongos y maracatus. Ritmos abrazados cálidamente de sensualidad. Ya lo dijo, hace unas cuantas décadas el recientemente fallecido sabio brasileño, Gilberto Freyre, “el mayor acervo de creencias y prácticas de la magia sexual que se desarrollaron en el Brasil fue coloreado por el intenso misticismo del negro. Esa sensualidad se plasmó en un rosario de danzas dramáticas afrobrasileñas, que mantienen obstinadamente sus nombres de procedencia africana: Congadas, Mozambique, Quilombos, Cóco. De todas las expresiones musicales y danzarias, la samba (de procedencia Bantu-Angola) es la que ha gozado de mayor difusión porque ha estado ligada a una fiesta (el carnaval), la cual es el resultado de la alegría y la esperanza de los afrobrasileños