OPINIÓN de Raúl Wiener, Perú.- Era el año 2008 cuando estuve por última vez en Bogotá y fue entonces que me sorprendí de ver en una calle principal de un barrio de clase media alta, una banderola atravesándola de lado a lado agradeciendo al presidente Uribe por haber recuperado la paz. Hacía menos dos años desde su abrumadora reelección y estaban apareciendo en cadena diversas informaciones sobre corrupción (compra de parlamentarios), vínculos con organizaciones paramilitares y delitos contra los derechos humanos (fosas comunes, falsos positivos y otros). Quizás era por eso que estaba el mensaje que me había traído un recuerdo inmediato del Perú de Fujimori. En 1992, durante dos viajes sucesivos a la capital colombiana, mi sorpresa había sido opuesta. Me había encontrado con una ciudad que mantenía su alegría y su energía a pesar de estar todavía saliendo de los años del mayor terror en el que guerrillas, paramilitares, narcotraficantes y fuerzas represivas del Estado se enfrascaro