OPINIÓN de Adela Cortina. - Hace 40 años se produjo en España una transición ética, y no sólo política. El código moral único del nacional catolicismo quedaba derogado y distintas voces se preguntaban si no iba a existir una ética común a todos los españoles, si a partir de entonces en el mundo moral “todo estaría permitido”, por decirlo con Iván Karamazov. Algunos de nosotros creíamos que podía existir esa ética común, la ética cívica, propia de la ciudadanía de una sociedad pluralista. Según esa ética, la libertad es superior a la esclavitud y al servilismo, la igualdad a la desigualdad, la solidaridad al desprecio, el respeto a la intolerancia, el diálogo al conflicto, y la protección a los derechos humanos era un deber. Compondrían estos valores los mínimos de justicia que una sociedad pluralista, como la nuestra, ya compartía en realidad, y el cambio político no haría sino darles un reconocimiento oficial. Puesto que “reconocer” es comprometerse, esos valores debían transmitirse e