OPINIÓN de Ana Cuevas Pascual .- Cuando Mario Conde entró en la cárcel, los presos acogieron fraternalmente al ladrón de guante blanco y le manifestaron constantes muestras de admiración y respeto por sus "hazañas" financieras. El remilgado banquero fue aceptado como uno de los suyos e inmediatamente contó con una serie de facilitadores espontáneos que convirtieron a Conde en uno de los kies del presidio. Lo mismo sucedió con otros ilustres chorizos que fueron a dar con sus huesos a la trena. Desde los tiempos de El Pícaro, podemos constatar una cierta fascinación colectiva por determinados personajes que practican el poco honorable hábito del latrocinio. Es parte de nuestra infausta herencia cultural. O más bien de lo contrario. De la falta de cultura e información imprescindible para descubrir que los admirados cacos, en realidad, están saqueando nuestras casas. Pero un pueblo puede aprender de sus errores. Mucho más cuando esa permisividad ha generado que manadas de h