OPINIÓN de Ana Cuevas Pascual. - El termómetro marca 45 grados. Zaragoza se calcina convertida en un enorme horno crematorio. El cambio climático se descojona de nosotros. ¡Negadme ahora si tenéis bemoles! Sabíamos que pasaría (ya está pasando). Los científicos, los que no están a sueldo de las petroleras y otros gangsters similares, llevan décadas advirtiéndolo. Los ecologistas también. No hacía falta ser Nostradamus para darse cuenta que la sobreexplotación del planeta y la emisión descontrolada de dióxido de carbono a la atmósfera terminarían transformando nuestro hábitat en un lugar inhóspito, incompatible con la vida. Recuerdo a un par de presidentes españoles que mantenían la teoría contraria. Aznar, asesorado por los negacionistas a sueldo de los lobbys energéticos. Rajoy, instruido por un primo suyo que debe ser la eminencia de la familia. ¿Seguirían negándolo a las tres de la tarde en medio de la plaza del Pilar zaragozana bajo la implacable canícula que nos asola estos día