OPINIÓN de Jorge Majfud.- Por los años noventa, todavía en pleno siglo XX, solía escribir por cinco o seis horas ininterrumpidas en una maquina checa que había comprado a precio de chatarra un domingo en la feria de Tristán Narvaja de Montevideo, algo así como el Rastro de Madrid o algún marché aux puces en París. En aquel solitario cuarto de estudiante que daba a un callejón de la Ciudad Vieja, escribía y reescribía cuatro o cinco veces el mismo capítulo de una novela. La parte más difícil era siempre la reducción. Por lo menos era esa parte artesanal la que me consumía más tiempo. Pero lo hacía con pasión, con placer y sin ninguna urgencia, ya que por entonces no escribía para publicar. Unos años después publiqué mi primera novela, en parte resultado de esa lucha caótica entre obsesiones, alucinaciones personales y el casi imposible fenómeno de la comunicación de un mundo fantasmagórico que puede ser muy significativo para uno pero no para el resto. Estoy seguro que si en algo he l