OPINIÓN de Álvaro Cuadra.-
El hecho político fundamental e inédito que ha puesto en evidencia la reciente elección municipal en nuestro país no es la alternancia de figuras en las distintas alcaldías sino la enorme abstención que se ha verificado en este proceso. Esta deserción de la ciudadanía relativiza cualquier triunfo electoral y, al mismo tiempo, hace incierta cualquier proyección para el próximo año. Cuando una amplia mayoría de ciudadanos se niega a participar en un proceso electoral, tal y como ha ocurrido, no significa de buenas a primeras, como sostienen algunos, un debilitamiento de la democracia; se trata más bien de una crisis de “esta democracia”
La imagen de los políticos y sus partidos ha caído a niveles mínimos: La abstención puede traducirse como “indignación” y “decepción” ciudadanas. La clase política, en términos generales, es percibida por el ciudadano de a pie como un grupo sordo a las demandas sociales, cerrado, excluyente y controlado por verdaderas pandillas y “caciques”, envueltos en corruptelas y negociados. El forzado binominalismo, la imposibilidad de emprender reformas constitucionales de fondo, entre otros factores, ha configurado un clima político y social que es percibido como escasamente democrático y disociado de los anhelos de los chilenos.
El actual ordenamiento político del país resulta extemporáneo respecto a las transformaciones culturales que se verifican en el seno de nuestra sociedad. Se ha pretendido prolongar un diseño autoritario heredado de una dictadura militar que ya no se sostiene. Aquello que fue posible a principios de los noventa, ahora ya no es posible. Nada tiene de extraño, entonces, que el hastío ciudadano se exprese como una ausencia que es, a todas luces, un reclamo, pero también un anhelo. En toda su radicalidad, no votar es rechazar una institucionalidad que es percibida como un “simulacro democrático” añejo e incapaz de solucionar los problemas reales de los ciudadanos y el deseo de una democracia otra.
La abstención masiva de los chilenos es un fracaso mayúsculo y rotundo de todos los partidos políticos, atrapados en un marco jurídico constitucional que asfixia cualquier expresión democrática. Las escenas de candidatos triunfadores y el despliegue del espectáculo mediático no alcanzan a ocultar la verdad; estamos asistiendo a la crisis más profunda del sistema político chileno vigente desde el “retorno a la democracia” No se puede ocultar el sol con una mano y fingir que todo puede seguir igual. Más allá de los resultados que se deducen de estas elecciones, la abstención está señalando una demanda más profunda que no se puede desatender, el anhelo de una nueva democracia que supere la marginación y exclusión de las mayorías.
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El hecho político fundamental e inédito que ha puesto en evidencia la reciente elección municipal en nuestro país no es la alternancia de figuras en las distintas alcaldías sino la enorme abstención que se ha verificado en este proceso. Esta deserción de la ciudadanía relativiza cualquier triunfo electoral y, al mismo tiempo, hace incierta cualquier proyección para el próximo año. Cuando una amplia mayoría de ciudadanos se niega a participar en un proceso electoral, tal y como ha ocurrido, no significa de buenas a primeras, como sostienen algunos, un debilitamiento de la democracia; se trata más bien de una crisis de “esta democracia”
La imagen de los políticos y sus partidos ha caído a niveles mínimos: La abstención puede traducirse como “indignación” y “decepción” ciudadanas. La clase política, en términos generales, es percibida por el ciudadano de a pie como un grupo sordo a las demandas sociales, cerrado, excluyente y controlado por verdaderas pandillas y “caciques”, envueltos en corruptelas y negociados. El forzado binominalismo, la imposibilidad de emprender reformas constitucionales de fondo, entre otros factores, ha configurado un clima político y social que es percibido como escasamente democrático y disociado de los anhelos de los chilenos.
El actual ordenamiento político del país resulta extemporáneo respecto a las transformaciones culturales que se verifican en el seno de nuestra sociedad. Se ha pretendido prolongar un diseño autoritario heredado de una dictadura militar que ya no se sostiene. Aquello que fue posible a principios de los noventa, ahora ya no es posible. Nada tiene de extraño, entonces, que el hastío ciudadano se exprese como una ausencia que es, a todas luces, un reclamo, pero también un anhelo. En toda su radicalidad, no votar es rechazar una institucionalidad que es percibida como un “simulacro democrático” añejo e incapaz de solucionar los problemas reales de los ciudadanos y el deseo de una democracia otra.
La abstención masiva de los chilenos es un fracaso mayúsculo y rotundo de todos los partidos políticos, atrapados en un marco jurídico constitucional que asfixia cualquier expresión democrática. Las escenas de candidatos triunfadores y el despliegue del espectáculo mediático no alcanzan a ocultar la verdad; estamos asistiendo a la crisis más profunda del sistema político chileno vigente desde el “retorno a la democracia” No se puede ocultar el sol con una mano y fingir que todo puede seguir igual. Más allá de los resultados que se deducen de estas elecciones, la abstención está señalando una demanda más profunda que no se puede desatender, el anhelo de una nueva democracia que supere la marginación y exclusión de las mayorías.
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