OPINIÓN de La extranjera de Mantinea Todos los niños mineros se parecen entre sí. Por eso, al tropezarme por casualidad con una vieja foto de los “Breaker boys” norteamericanos de principios del XX, he recordado otros pequeños rostros anónimos que miramos de vez en cuando desde los agujeros de La India, Bolivia, México o Perú, por nombrar sólo algunos lugares donde todavía se fragua esta ignominia que nos avergüenza. Y he recordado también esas pequeñas sandalias de esparto que vi colgadas en la pared de una mina del sureste español durante una visita a un parque minero convertido en museo . A la mina Agrupa Vicenta sólo se va para contemplar el eco ceniciento de una manera de vivir y de morir que ya solo reservamos en forma de memoria. Y cuando se sale de allí, se te ha metido dentro no sólo el polvo feroz levantado por las barrenas, también las pequeñas manos encallecidas, la mirada empañada por la oscuridad, el golpe insistente y desacompasado de los picos que hace que tu c