Por La extranjera de Mantinea
Cuanto mayor es el miedo del gobernante hacia su pueblo, m谩s tir谩nico se muestra. Su poder, incluso si alguna vez estuvo sometido al ordenamiento de la ley, rompe entonces con todas las barreras y desembalsa su potencia, que se torna absoluta y arbitraria. Hemos aprendido que esto es as铆 cuando por alguna parte ha soplado el viento de la revoluci贸n. Sucedi贸 en la mitad del XIX en toda Europa, y por entonces algunos te贸ricos hisp谩nicos -como Donoso Cort茅s- reclamaron la presencia de un
enviado del cielo que evitara el contagio de las nuevas ideas y del anhelo de libertad que 茅stas tra铆an consigo. El desconcierto y el caos atribuidos al poder reivindicado desde el pueblo, a su movimiento “envalentonado”, deb铆an ser contrarrestados por la acci贸n omnipotente fuera de toda contenci贸n y toda norma. Una siniestra y antigua costumbre la de querer neutralizar el propio temor por medio del abandono de todo orden, mediante la decisi贸n irracional y despiadada.
Lo acaecido en Libia nos ense帽a que nada ha cambiado demasiado para estos reg铆menes anacr贸nicos cuando se trata de pasiones pol铆ticas aventadas por el aire y el inmenso poder –este s铆- de las rebeliones; pues el miedo del gobernante no es otra cosa que una pasi贸n pol铆tica extempor谩nea, mal tra铆da y peor gestionada, muestra sin duda de esa debilidad extrema de quien se conoce inferior. Cuando se trata de llevar al pueblo por el redil de la obediencia pasiva el tirano atemorizado retrocede siglos enteros movi茅ndose al socaire de las monarqu铆as absolutas de la vieja Europa, s贸lo que m谩s tecnificado y mort铆fero. Las tecnolog铆as de la muerte tornan m谩s vengativo y justiciero, por lo implacable de su l谩tigo, a este reyezuelo miedoso e impotente que deja caer su espada sin piedad ni mesura.
Es pat茅tico este miedo. Y terrible como no hay otro.