OPINIÓN de Ana Cuevas Pascual.- Manuela se levantó, como cada día, a las cinco de la mañana. Su rutina laboral consiste en fregar y pulir patios y escaleras de diversas comunidades de vecinos. La empresa para la que trabaja le manda que realice sus tareas en lugares bien distantes entre sí. El tiempo que emplea en los desplazamientos no está remunerado. Una jornada de ocho horas acaba convirtiéndose en doce o más. Los tiempos para desempeñar el trabajo están minimizados pero la exigencia es máxima. Todo debe quedar reluciente. Si hay quejas, Manuela podría perder su puesto de trabajo. Algo que no puede permitirse con un marido parado desde hace cinco años y tres churumbeles que tienen la mala costumbre de comer todos los días. Su sueldo apenas alcanza los ochocientos euros mensuales. Ahora podría ser incluso mucho menor. El convenio de limpieza de edificios y locales de Aragón ha decaído y las empresas tienen la prerrogativa de ceñirse al Estatuto de los Trabajadores. Poco más de s