OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Mariano Rajoy nació y murió políticamente en Valencia. Llegó al congreso de 2008 del PP solo y aislado, ninguneado por la vieja guardia del partido, devotos de Aznar, comandados por Esperanza Aguirre. Contra todo pronóstico, salió vencedor, y lo fue gracias al apoyo irrestricto del entonces pletórico PP valenciano, comandado por Rita Barberá y Francisco Camps. Ocho años después, Camps está en el ostracismo amenazado por negros nubarrones jurídicos, Barberá está a la espera de un suplicatorio para ser procesada, el grupo municipal del Ayuntamiento de la capital tiene 50 imputados, entre ellos todos los concejales menos uno, se ha nombrado una gestora, numerosos dirigentes están en la cárcel o ad portas, y la dirección regional le pide a la central de Madrid que les permita un congreso extraordinario e, incluso, ¡cambiarle el nombre al partido! El PP valenciano, carcomido por la corrupción, está siendo la puntilla para el presidente de gobierno en funciones