OPINIÓN de Carola Chávez , Venezuela.- Pocas cosas han recibido tantos ataques desde la clase media citadina como la propuesta de impulsar la agricultura urbana. ¡Urbanitas del mundo, uníos, porque no es no! -Gritan en feroz coro y uno se pregunta por qué tan rabioso rechazo, por qué la burla, por qué la ceguera. La ciudades son trampas incapaces de sostenerse. Allí donde lo humano se diluye a favor de lo que llaman modernidad, los citadinos asumen mansamente el individualismo castrante. Su vida transcurre en la soledad de la propiedad privada. Millones en propiedad horizontal, cuyo máximo nivel de organización se reduce a una junta de condominio que solo sirve para fijar las cuotas que pagarán a una administradora que atienda el mantenimiento de lo poseen en común. Y más allá del muro, la calle, y una redoma cubierta de gamelote que no es problema mío porque yo pago mis impuestos para que la limpien. Puertas adentro, un palacio, puertas afuera, el abismo de lo público: lo de nadie. C