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Trump, that’s my man!

OPINIÓN de Carola Chávez, Venezuela.- Uno se mete en Facebook y se encuentra con cada cosa que a veces da miedito. Allí están olvidados viejos conocidos que, de repente, aparecen de la nada, como fantasmas en una foto, con algún comentario pavoroso.



Sucedió hace unos días, unos venezolanos residenciados en Miami desde hace más de treinta años, de esos que, como muchos, recorrieron el largo y complicadísimo camino de los inmigrantes ilegales. Ciertamente, menos complicado que el de los millones que cruzan por la frontera mexicana. Los venezolanos llegan a Miami en avión pero por eso dejan de ser “ilegales”, no dejan de ser “latinos”, no dejan de ser esos indeseados a los ojos del republicano blanco que hoy les escupe sus prejuicios en la cara. Ese republicano con peluquín que vi en Facebook junto a una frase tecleada en inglés por dedos caraqueños: “Trump, that’s my man!”.

Sangraron mis ojos mientras seguía leyendo: Trump es un hombre que ha hecho un imperio de la nada, decían, lo que no decían era ni cómo ni a costa de qué, eso qué no importa, el super rich y ya. Un carajo que habla con la verdad -continuaban, aunque esa supuesta verdad signifique que tanto ellos como su familia y amigos son unos ladrones, violadores, asesinos, chulos destructores de la sociedad americana y que por ello deben ser deportados.

Claro, ellos no se sienten aludidos porque hace algunos años lograron obtener sus green cards, la deseada tarjeta de residencia que, al parecer, tiene efectos anmésicos-blanqueadores y apenas toca tus dedos -¡zuas!- te miras en el espejo y lo que ves es un descendiente directo de los que llegaron en el Mayflower, eso sí, tostado por el sol mayamero.

Ellos no son como esos patenelsuelo que menciona Donald -my man- Trump; noooo, ellos llegaron en avión, una y otra y otra vez, porque cuando eran ilegales tenían que salir cada seis meses y sobornar a un funcionario en Maiquetía para que les pusiera un sello chimbo en sus pasaportes, pero venían en avión. Ellos no recogen tomates en California, nooo, ellos estacionaban carros de lujo en una discoteca en Miami, ellos manejaron Mercedes, Porsche, BMW y hasta un Ferrari ajeno, por unos pocos metros, pero los manejaron. Ellos no viven en un ghetto latino hurribli, ellos viven en Doral, un ghetto latino carísimo que tiene hasta un campo golf que Donald construyó, así que no es lo mismo ni se escribe igual. Además, ya tienen papeles, tan legales son que hasta se pudieron nacionalizar y ahora que pueden votar, ya saben, Trump is the man.

Pobrecitos, creen que apoyar a quien los deprecia los acerca a ellos, los blanquea, les diluye un sonoro apellido en español indeleble, les quita ese denso acento latino que todavía, después de treinta años, les hace decir “puta” cuando quieren decir “playa” en inglés. Mientras tanto, como el monigote de la canción, en ese mismo Facebook, sus fotos comiendo hallacas, sus caras morenas repetidas en las de sus hijos que, además, no pueden sino llevar sus apellido; sus fiestas de panas con botellita de Cacique y carcajadas huecas en spanglish, dejan expuesto el grotesco bojote del razonamiento wannabe.




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