OPINIÓN de Pablo Blázquez .- En un artículo publicado en The New York Times, la periodista Judith Shulevitz narraba un episodio delirante ocurrido hace un par de años en la Universidad de Brown, cuando un grupo de alumnos organizaron un debate abierto en torno a un problema tan sensible en un campus universitario como las agresiones sexuales. La respuesta del batallón de la corrección política, cuya génesis está precisamente en las universidades norteamericanas, no se hizo esperar: había que cancelar el acto y censurarlas ideas que iban a exponerse para proteger a aquellas víctimas cuyos sentimientos pudieran verse ofendidos. Las autoridades académicas tuvieron el buen juicio de no suspender el debate, como tantas veces ha ocurrido ante la denuncia de alguno de esos estudiantes tan intransigentemente cándidos, pero se esforzaron de forma ridícula para contentar al lobby de la corrección política: crearon un safe space, es decir, un ‘espacio seguro’ donde cualquiera que se sintiera atur