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Brasil, entre el espejismo y el oasis

OPINIÓN de Franco Gamboa y Pamela Alcocer     

Toda América Latina se pregunta cuál es el verdadero rol que juega la economía brasileña en el Siglo XXI. Para algunos se trata de la emergencia de una nueva hegemonía y un nuevo tipo de imperialismo, aunque para otros solamente representa la preponderancia de un país que ha ganado un espacio en la globalización, demostrando que podría adaptarse a los cambios contemporáneos de manera imaginativa. En este sentido, el nuevo liderazgo de Brasil como la sexta economía del mundo, marca un motivo de oportunidades y al mismo tiempo despierta algunas dudas para el conjunto de América Latina. Entonces, ¿cuál es el sitio ideal de Brasil: convertirse en un referente de desarrollo y éxito para el continente, o solamente es una economía de mercado que aún no ha resuelto la desigualdad, ni tampoco ha mostrado resultados contundentes en torno a la erradicación de la pobreza para una población de 200 millones de habitantes?

¿Existe un posible proyecto hegemónico?

Parece estar claro que no es lo mismo someterse a las esferas de influencia de los Estados Unidos, que vincularse a un liderazgo brasileño donde posiblemente fructifiquen oportunidades de integración y mejoramiento, libres de toda amenaza de explotación y fríos balances de poder que ahonden las desigualdades entre los países latinoamericanos. Los nuevos rumbos abiertos por Brasil no deben cometer viejos errores como la experiencia de los procesos económicos en Argentina.

Recordemos que cuando la fortuna sonríe más de dos veces y es vista como éxito calculado, entonces, es de esperarse que la capacidad de previsión y aprendizaje histórico permita a Brasil evitar lo ocurrido en la crisis financiera argentina del año 2001. En aquel momento, Juan Domingo Cavallo, (ex Ministro de Economía en los gobiernos de los ex presidentes Carlos Saúl Menen y Fernando de la Rúa), pasaba de ser un especialista de la economía de mercado, a convertirse en un verdugo de las clases medias y reproductor de la miseria en un abrir y cerrar de ojos.

Las clases dominantes en el poder han mostrado que pueden entremezclar las demandas de inversión extranjera directa, con la dinámica peligrosa de aumentar los niveles de deuda externa y el déficit fiscal en las estructuras estatales. Es importante analizar de qué manera Brasil está administrando la intervención del Estado con las acciones del empresariado privado. Por un lado, se puede observar el predominio del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), y por otro, las ventajas otorgadas por los sucesivos gobiernos de Fernando Henrique Cardoso, Inácio Lula Da Silva y Dilma Rousseff al fortalecimiento de las élites empresariales que buscan aumentar su poder por medio de nuevas transnacionales brasileñas. Brasil es una economía abierta pensada desde el impulso del sector privado, convertido en el eje central que es alimentado por la lógica externa de la globalización.

Por otra parte, el coloso brasileño tiene un dato a destacar: sus políticas de mercado se articulan con la carrera de préstamos y el aumento de los gastos de seguridad nacional, tanto militar como policial. Los problemas de seguridad adquieren una dinámica estratégica al mostrar que el liderazgo económico se une directamente al poderío militar. Según el Instituto de Investigación para la Paz de Estocolmo (Stockholm International Peace Research Institute, SIPRI), el gasto militar de Brasil encabeza la lista en América del Sur, con un incremento de 5,8% del total de su presupuesto en el año 2010.

Si revisamos los datos del 2008, no debería sorprendernos el desorbitante flujo de recursos que fueron destinados al armamentismo con 15.477 millones de dólares, cifra que ningún otro país latinoamericano podría alcanzar. La consecuencia internacional del aumento en el gasto militar de Brasil es la lenta y firme preparación de un proyecto emparentado con una estrategia hegemónica y política en las Américas. Por ejemplo, en caso de la existencia de un conflicto bélico en el continente, sería inevitable recurrir a la alianza, mediación y arbitraje de Brasil como un referente de negociación en materia de seguridad internacional para el Siglo XXI.

De cualquier manera, el posible proyecto hegemónico carioca no tiene semejanzas directas con las políticas intervencionistas del sistema americano, por el contrario, la fortaleza militar brasileña se abre terreno por oposición a los progresivos sentimientos antiamericanos y el lento declive de la hegemonía estadounidense en el mundo. El problema principal radica en una pregunta: ¿podrá Brasil alentar la confianza en el continente para que el resto de los países se acerquen a un nuevo aliado leal, en función de construir inéditas estructuras de integración que favorezcan, por igual, al conjunto de los latinoamericanos?

El despegue económico y el ímpeto militar esbozan la ruta de una ambición hegemónica que va a debilitar la competitividad de otros países más débiles en la región, aunque también depende de Brasil la posibilidad de impulsar otras alternativas para alcanzar desarrollo sostenible y equidad sin crear conflictos, como los que ya han aparecido en la construcción de una carretera en la Amazonía boliviana y algunas plantas hidroeléctricas en Paraguay y Perú.

Los referentes del desarrollo: incertidumbres y espejismos

El desarrollo económico brasileño prevé un crecimiento entre 5,3% y 6% para el periodo 2012-2014, aunque las contradicciones reaparecen cuando persisten los datos que no pueden superar la desigualdad y la marginación socio-económica en la cotidianidad de millones de personas de clases medias y populares que viven al día y en medio de la inseguridad como en el mundo de las favelas; asimismo, se mantienen los riesgos del incremento de la deuda externa.

El crecimiento económico de Brasil podría constituir la envidia de muchos países del Sur pero está teñido de una misteriosa ola de espejismos porque queda incierto un nuevo estilo de desarrollo que se caracterice por patrones totalmente novedosos en materia de políticas sociales, protección del medio ambiente, distribución igualitaria de los recursos y armonía en el transcurso de la vida diaria con certeras esperanzas sobre el futuro.

No es que Brasil esté libre de un empresariado que podría fracasar a la hora de sostener el crecimiento económico con equidad, ni tampoco debería confiarse en el discurso que quiere hacernos ver la imagen de eficiencia en la administración de la cosa pública, porque el aumento de la deuda externa carioca es un indicador de probables futuros conflictos. Al mismo tiempo, la transferencia de recursos públicos hacia manos privadas no garantiza, de hecho, un éxito definitivo para vencer la pobreza y mostrarse como ejemplo para el conjunto de otros países que tratan de modernizar sus políticas públicas.

Evolución de la deuda externa brasileña
(miles de millones de dólares) 2000-2011

País
2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
2010
2011
200
232
251
222,4
214,9
219,8
188
176,5
229,4
262,9
273,7
410
                                                                           Fuente: CIA World Factbook.


Y no es casual que el posicionamiento económico de Brasil en la globalización esté unido a los siguientes elementos: a) apertura total a la inversión extranjera; b) privatización en sectores estratégicos; c) diseño de políticas públicas en función de los resultados de la economía de mercado y el desempeño de las inversiones externas; d) mecanismos de control gubernamentales que tratan de mostrar resultados para sus financiadores; y e) compromisos estatales de endeudamiento progresivo. El resultado inmediato es un modelo de desarrollo articulado hacia las prioridades del orbe internacional y los estándares de competitividad que reducen la posibilidad de pensar en un liderazgo brasileño que pueda generar directrices desde adentro de la sociedad, la cultura y la nación.

Hablar de Brasil es pensar en el Carnaval, el fútbol y la alegría de Río de Janeiro. Todo es un negocio y completamente mediado por la lógica empresarial donde destacan también los medios de comunicación como la todopoderosa red de televisión O’ Globo, que en algún momento se permitió afirmar que fue “capaz de hacer presidente a Fernando Collor de Mello, así como haberlo depuesto con sólo haber movido un dedo”.

Esta simulada alegría carnavalera genera, aproximadamente, unos 850.000 turistas, quienes gastan alrededor de 640 millones de dólares, los cuales producen 250.000 empleos, de acuerdo con el departamento municipal de desarrollo económico. Pero la popular fiesta suele dejar una resaca de peor magnitud con un saldo de 850 toneladas de basura por las calles, un alto índice de criminalidad y el aumento del contagio de VIH Sida, entre otras consecuencias que no se las quiere revelar, deteriorando constantemente la calidad de vida. Lo más alarmante es que los recursos obtenidos, o la mayor parte de ellos, van a parar a pocas manos y fugan hacia los bancos extranjeros. Cabe preguntarnos: ¿a costa de quiénes se enriquecen algunos, favoreciéndose de la tradición y de un falso espíritu de alegría? Este es el espejismo que se vende, se lo ve, se lo admira y envidia.

Una de las manifestaciones de este espejismo nos revela cómo los organizadores del Carnaval recurren al patrocinio de empresas y gobiernos del exterior, quienes lucran de las Escolas do Samba, que por el impacto de la crisis económica redujeron drásticamente en la gestión 2012 lo exuberante de la fascinación de los trajes y vestuarios, construcción de carros alegóricos y otros insumos que no podían ser costeados, por lo que quedaron sometidos a la venta y alquiler de la cultura de este país. Brasil se internacionaliza bajo el influjo de los euros que benefician a quienes patrocinan dicho Carnaval. La agrupación Grande Rio recibió dinero proveniente del Gobierno francés para divulgar el Año de Francia en Brasil en el Sambódromo carioca de Río.

América Latina está observando la consolidación de Brasil como la economía que está buscando expandir sus mercados, a partir de una estrategia geopolítica caracterizada por múltiples capacidades de exportación, compra de insumos y venta de productos refinados a los países del continente, Estados Unidos y Europa. La economía brasileña posee una ventaja fundamental: la gran diversidad de su aparato productivo, así como de sus mercados de exportación. Los más importantes son: Europa, con 24% de las exportaciones; Estados Unidos con 15%; Argentina con 9%; y China con 7%.

La dinámica de la economía brasileña nos muestra que 34 de sus compañías se encuentran entre las 2.000 más grandes del mundo, con un valor en la Bolsa de Nueva York de 795.000 millones de dólares; entre las compañías figuran el fabricante de aviones Embraer, las empresas mineras Vale do Rio y Votorantim, así como Petrobras. En el sistema financiero destaca la unión de dos entes: los bancos Itaú y Unibanco, como una respuesta a la crisis desatada en los Estados Unidos que traerá como ganancia el aumento considerable de la Bolsa de valores de Sao Paulo y una mayor confianza en el sistema financiero de ese país, con la perspectiva de convertirse en lo que será el banco más grande de toda América Latina, el sexto más grande de las Américas y uno de los 20 más grandes del mundo.

La consecuencia inmediata de este escenario convierte a Brasil en el líder regional más importante. Sin embargo, es posible que también sea solamente un oasis económico que no constituya una fuerza autónoma de competición, sino que más bien dependa de un sistema global, específicamente de los mercados de Europa, Estados Unidos y China. Queda claro, entonces, que las estructuras brasileñas, imprescindiblemente, necesitan del intercambio de experiencias y conocimientos en los rubros económicos, motivo por el cual reaparecería una dependencia del sistema mundial de mercados, otorgando prioridad al conjunto de estándares y fuerzas externas de la globalización.

¿Qué representa Brasil para el conjunto de los países en vías de desarrollo o menos aventajados de América Latina? No es la garantía ni el paradigma de triunfo asegurado, sino sencillamente un aliado útil. Lo que está por verse es si el oasis brasileño podrá marcar nuevas pautas contestatarias a las políticas del Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA), fomentando una verdadera transferencia de conocimientos hacia los países que realmente lo necesitan y que, a su vez, transmita experiencias de socorro y solidaridad con nuevas formas de integración y multilateralismo que impacten de manera justa en el sistema económico latinoamericano.

Finalmente, la estrategia estatal en la conducción de la economía brasileña y su proyecto de progreso ambicioso, se encuentran directamente conectados con la iniciativa privada. Al mismo tiempo, la economía de mercado y las acciones del sector privado han intentado obtener ganancias colaterales por medio de estratégicas políticas sociales, impulsadas por el Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT).

Las reformas al sistema previsional y el proyecto Hambre Cero fueron propuestas ideales en materia de política social pero muy difíciles de implementar al carecer de diagnósticos precisos sobre otras políticas universales como educación básica, salud y saneamiento, que pudieran servir de base para la definición de directrices y prioridades de acción, a la misma altura de las políticas de impulso al sector privado y transnacional.

En este contexto, también se están generando mecanismos de integración con los países exportadores de materias primas que Brasil requiere para sus industrias; de esta forma podrían existir un equilibrio de justo pago y solidaridad con los países vecinos porque tanto Brasil como el conjunto del orbe sudamericano necesitan de estas relaciones instrumentales; sin embargo, es fundamental incorporar un aspecto adicional: el apoyo a los sectores sociales más excluidos junto con metodologías regionales y propuestas de políticas efectivas para erradicar la pobreza.

De aquí que el Estado brasileño requiere mayores inversiones en las distintas áreas sociales que satisfagan mínimamente el acceso a la salud, educación, empleo y otros ámbitos de protección social. Si no se logra un equilibrio entre la inversión y satisfacción de necesidades para combatir la pobreza y construir equidad, junto con un plan económico rentable y sustentable, entonces el liderazgo brasileño será una experiencia más de entrega de su economía a la dependencia casi exclusiva del sistema internacional. Brasil, por ahora, se debate en un vaivén de espejismos, ambiciones y esperanzadoras señales que atraen a todos como un oasis, el cual queda pequeño frente a los grandes dilemas de América Latina.


*Franco Gamboa y Pamela Alcocer son sociólogos, especialistas en gestión pública y política internacional, y
residen en La Paz, Bolivia




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