OPINI脫N de Javier Diez Canseco.-
El dolor convive entre nosotros. Seg煤n la Organizaci贸n Mundial de la Salud (OMS) afecta al 20% de la poblaci贸n, con m谩s incidencia en el mundo civilizado, donde la esperanza de vida es mayor. Nos encontramos ante una “aut茅ntica marea” de necesidades de atenci贸n de enfermos avanzados, cr贸nicos evolutivos y t茅rminos. De acuerdo con algunos expertos, estamos hablando de una epidemia invisible que solamente la aprecia el que la padece, pues ni se ve ni se puede medir, y esos son sus grandes aliados.
El dolor tiene graves consecuencias, puede matar y, adem谩s, aumentar exponencialmente la discapacidad y la p茅rdida de calidad de vida. No obstante, seg煤n un estudio de la OMS, en el 2008 un 80% de la poblaci贸n mundial ten铆a un acceso insuficiente o nulo a los recursos para tratar el dolor moderado-grave. Para el 2020, seg煤n esta organizaci贸n, habr谩 en el mundo 15 millones de personas con c谩ncer, millones de los cuales, en especial en pa铆ses pobres o en v铆as de desarrollo, sufrir谩n dolores cr贸nicos por falta de acceso a medicamentos contra el dolor.
Las consecuencias del dolor y el n煤mero de personas que se ven afectadas han obligado a la OMS y la Organizaci贸n Panamericana de la Salud a reconocer que el dolor derivado del c谩ncer y de otras enfermedades debe ser un asunto muy importante en los sistemas de salud de todos los pa铆ses. Las referidas organizaciones han recomendado que los Estados deben implementar pol铆ticas gubernamentales que hagan del alivio del dolor por c谩ncer una prioridad en el sistema de salud p煤blica y garantizar la disponibilidad de medicamentos eficaces para paliar el dolor, eliminando las barreras que lo impiden y los controles legales que incrementen el deterioro del paciente.
Pese a ello, el dolor sigue sin ser reconocido como un importante problema por muchos sistemas nacionales de salud, entre ellos: nuestro sistema de salud.
En el Per煤, un importante n煤mero de personas con c谩ncer en enfermedad terminal no accede a tratamientos contra el dolor ni a programas de cuidados paliativos. M谩s all谩 del servicio de medicina paliativa y tratamiento del dolor del Inen no existe en nuestro pa铆s una instituci贸n p煤blica especializada que atienda a los pacientes terminales, ni un programa de atenci贸n a estos pacientes y sus familias. Tampoco hay normas, con rango de ley, de soporte t茅cnico especializado que regulen a nivel nacional el tratamiento del dolor. La disponibilidad de drogas que garanticen el no sufrir es insuficiente.
El impacto de una enfermedad terminal trasciende al paciente. Un paciente terminal implica para la familia estr茅s emocional, p茅rdida de ingresos, incapacidad para trabajar y desestabilizaci贸n econ贸mica. El Estado peruano no puede ser ajeno a ello. La Constituci贸n Pol铆tica del Per煤 y diversos convenios internacionales de los que el Per煤 es parte establecen la obligaci贸n estatal de respetar, proteger y garantizar la dignidad y el derecho a la salud de la persona humana.
Las herramientas necesarias para aliviar el dolor existen. El sufrimiento que causa el dolor no aliviado que genera el c谩ncer y otras enfermedades terminales se debe a que la mayor铆a de pacientes no tiene acceso a la medicaci贸n b谩sica de alivio, debido a falta de distribuci贸n de medicamentos, elevado costo de los mismos (las subvenciones no existen o son muy bajas) y restricciones legales que impiden el acceso a las drogas o limitan el n煤mero de pacientes con derecho a ellas o la duraci贸n del tratamiento.
Hay que cambiar esta situaci贸n. Es inhumano e indigno que miles de peruanos est茅n abandonados a su suerte frente al sufrimiento que provoca el c谩ncer. El Estado peruano debe implementar una pol铆tica p煤blica para garantizar el derecho de las personas que padecen una enfermedad cr贸nica o de alta complejidad, que ocasione grave p茅rdida de la calidad de vida a recibir atenci贸n paliativa id贸nea, que implique el control del dolor y otros s铆ntomas, as铆 como la atenci贸n en aspectos psicosociales y espirituales del paciente y su familia indispensable para reducir el sufrimiento.
La ausencia del dolor debe ser considerada como un derecho de todo enfermo con c谩ncer y de otras enfermedades de alta complejidad y el acceso al tratamiento contra el dolor, una manifestaci贸n del respeto hacia ese derecho.
El dolor convive entre nosotros. Seg煤n la Organizaci贸n Mundial de la Salud (OMS) afecta al 20% de la poblaci贸n, con m谩s incidencia en el mundo civilizado, donde la esperanza de vida es mayor. Nos encontramos ante una “aut茅ntica marea” de necesidades de atenci贸n de enfermos avanzados, cr贸nicos evolutivos y t茅rminos. De acuerdo con algunos expertos, estamos hablando de una epidemia invisible que solamente la aprecia el que la padece, pues ni se ve ni se puede medir, y esos son sus grandes aliados.
El dolor tiene graves consecuencias, puede matar y, adem谩s, aumentar exponencialmente la discapacidad y la p茅rdida de calidad de vida. No obstante, seg煤n un estudio de la OMS, en el 2008 un 80% de la poblaci贸n mundial ten铆a un acceso insuficiente o nulo a los recursos para tratar el dolor moderado-grave. Para el 2020, seg煤n esta organizaci贸n, habr谩 en el mundo 15 millones de personas con c谩ncer, millones de los cuales, en especial en pa铆ses pobres o en v铆as de desarrollo, sufrir谩n dolores cr贸nicos por falta de acceso a medicamentos contra el dolor.
Las consecuencias del dolor y el n煤mero de personas que se ven afectadas han obligado a la OMS y la Organizaci贸n Panamericana de la Salud a reconocer que el dolor derivado del c谩ncer y de otras enfermedades debe ser un asunto muy importante en los sistemas de salud de todos los pa铆ses. Las referidas organizaciones han recomendado que los Estados deben implementar pol铆ticas gubernamentales que hagan del alivio del dolor por c谩ncer una prioridad en el sistema de salud p煤blica y garantizar la disponibilidad de medicamentos eficaces para paliar el dolor, eliminando las barreras que lo impiden y los controles legales que incrementen el deterioro del paciente.
Pese a ello, el dolor sigue sin ser reconocido como un importante problema por muchos sistemas nacionales de salud, entre ellos: nuestro sistema de salud.
En el Per煤, un importante n煤mero de personas con c谩ncer en enfermedad terminal no accede a tratamientos contra el dolor ni a programas de cuidados paliativos. M谩s all谩 del servicio de medicina paliativa y tratamiento del dolor del Inen no existe en nuestro pa铆s una instituci贸n p煤blica especializada que atienda a los pacientes terminales, ni un programa de atenci贸n a estos pacientes y sus familias. Tampoco hay normas, con rango de ley, de soporte t茅cnico especializado que regulen a nivel nacional el tratamiento del dolor. La disponibilidad de drogas que garanticen el no sufrir es insuficiente.
El impacto de una enfermedad terminal trasciende al paciente. Un paciente terminal implica para la familia estr茅s emocional, p茅rdida de ingresos, incapacidad para trabajar y desestabilizaci贸n econ贸mica. El Estado peruano no puede ser ajeno a ello. La Constituci贸n Pol铆tica del Per煤 y diversos convenios internacionales de los que el Per煤 es parte establecen la obligaci贸n estatal de respetar, proteger y garantizar la dignidad y el derecho a la salud de la persona humana.
Las herramientas necesarias para aliviar el dolor existen. El sufrimiento que causa el dolor no aliviado que genera el c谩ncer y otras enfermedades terminales se debe a que la mayor铆a de pacientes no tiene acceso a la medicaci贸n b谩sica de alivio, debido a falta de distribuci贸n de medicamentos, elevado costo de los mismos (las subvenciones no existen o son muy bajas) y restricciones legales que impiden el acceso a las drogas o limitan el n煤mero de pacientes con derecho a ellas o la duraci贸n del tratamiento.
Hay que cambiar esta situaci贸n. Es inhumano e indigno que miles de peruanos est茅n abandonados a su suerte frente al sufrimiento que provoca el c谩ncer. El Estado peruano debe implementar una pol铆tica p煤blica para garantizar el derecho de las personas que padecen una enfermedad cr贸nica o de alta complejidad, que ocasione grave p茅rdida de la calidad de vida a recibir atenci贸n paliativa id贸nea, que implique el control del dolor y otros s铆ntomas, as铆 como la atenci贸n en aspectos psicosociales y espirituales del paciente y su familia indispensable para reducir el sufrimiento.
La ausencia del dolor debe ser considerada como un derecho de todo enfermo con c谩ncer y de otras enfermedades de alta complejidad y el acceso al tratamiento contra el dolor, una manifestaci贸n del respeto hacia ese derecho.
*Javier Diez Canseco, militante de la izquierda peruana. La Rep煤blica, Lima, 22 de abril de 2013