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La vida en las aldeas doradas

Jorge Zavaleta Alegre.- Clotilde Alegre, en esta segunda década del siglo XXI, vive en la leyenda de centenas de nietos y bisnietos cuyos padres conocieron la magia de sus historias, de sus imaginarios viajes. Residía en calle La Amargura, rodeada de buganvilias y madre selvas, con habitaciones perfumadas de membrillo.

Lienzo de July Balarezo-Taller Mestres Lima/Barcelona




Ella siempre hacía referencia a su único viaje real que emprendió de Huaylas a Caraz, ramillete de pueblos formados al pie de la Cordillera Blanca, ahora convirtiéndose en negras montañas por el calentamiento global.

Contaba ella, que había cabalgado cerca de veinte horas entre ida y vuelta en el brioso caballo, que su hermano mayor, Víctor Alegre Sarmiento, había criado y entrenado con destreza, arte que fue trasmitido a sus hijos y generaciones siguientes, algunos de los cuales asesoran criaderos especializados en la frontera de España y Portugal.

Tía Clotilde, a cada uno de sus huéspedes recordaba su viaje como si fuera a ciudades de otros continentes, con una narrativa que cautivaba a los familiares, en especial a los niños.


Nadie podría olvidarla. Su sobrino Enrique, fue quien quiso demostrar el mayor de sus afectos. Trabajando en el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia-Unicef, había conocido muchos pueblos, hogares, escuelas, centros sanitarios y comunidades. Y en esa vida itinerante permanecían en su memoria los relatos de tía Clotilde.

Una madrugada partió rumbo a Huaylas. Su visita tenía un solo objetivo, trasladar a Tía Clotilde Alegre Sarmiento, a la Capital, pasando por Huaraz, la Laguna de Conococha, Pativilca, Huacho, Ancón y Lima, donde sería tratada por especialistas de las molestias en la visión.

Enrique llegó muy de mañana a la calle Amargura y al no encontrarla se dirigió a la cercana panadería de la Tía Corina, en la cual el vecindario horneaba viandas para las festividades de Navidad, Año Nuevo y de Julio.





El encuentro entre Enrique y Tía Clotilde, como siempre, fue de alegría. –“Tía Cloti vengo a llevarla a la capital para que conozca y sobre todo para que examinen la vista y no sufra de molestias”. La Tía Clotilde recibió con infinita satisfacción. Enrique abrió la puerta del “jeep” y la ayudó para que ocupara el asiento, al costado suyo.

La siguiente escena: Enrique abrió la puerta del vehículo, tomó el timón y dio la vuelta la llave a la derecha, y el motor comenzó a rugir para trasladarse a la calle La Amargura y recoger los atuendos necesarios. Pero ocurrió algo insólito.

Cuando el vehículo comenzó a avanzar, se produjo una reacción inesperada, jamás nadie de la familia podía imaginar que aquella tía que soñaba recorrer el mundo junto con sus sobrinos y niños pudiera exaltarse tanto.

-“Tú me quieres matar, yo me bajo del carro. Y nunca más me hagas bromas o invitaciones de viaje”.

Con estas palabras desistió dejar Huaylas. Ella jamás en su vida había subido a un vehículo motorizado. Y se bajó para siempre.

Esa carretera, de trocha angosta y curvas cerradas no ha sido mejorada en décadas. Vías como la de Huaylas y de otros lugares de Los Andes, siguen siendo intransitables, peligrosas. “El Estado no puede invertir donde la producción no es rentable para el comercio”, argumento que siglos tras siglos sigue siendo una desafortunada premisa contra la humanidad.

Tía Clotilde se quedó para siempre en su pueblo de origen. Siguió siendo la narradora de cuentos. Murió en su ley, esperando que la divina naturaleza y los baños de pétalos de rosa pudieran detener la pérdida paulatina e irreversible de la visión.

Huaylas en el Siglo XXI es una cuna de centenas de profesionales en diversas ramas. Pero ninguno de ellos retorna para quedarse. El Estado solo gobierna para la Costa. La Democracia es costeña. Los pueblos de Los Andes han perdido sus mejores hijos.



Dicen los huaylinos que suelen retornar para las fiestas de julio o diciembre, que las gestiones a los ministerios e instituciones públicas no han encontrado eco favorable. Las cosechas no son rentables para el mercado. Sin embargo, de manera silenciosa salen decenas y centenas de toneladas de quinua, arracachas, guayabas y sobre todo el maíz terciopelo “de sabor dulce” que los acopiadores se niegan a pagar el precio justo.

Tía Clotilde se murió ciega, sin ver el crecimiento de los maizales y la exportación de las cosechas a ultramar. Ahora, los jóvenes atraídos por el glamour de las comunicaciones satelitales, prefieren ignorar la cruda realidad. No quieren entenderla, no hay peor ciego que aquel que no quiere ver.

Enrique, recogiendo lo mejor de su larga experiencia en UNICEF, tiene una familia rodeada de hijos, nietos y bisnietos que han estudiado medicina o que proyectan estudiar. Ellos son conscientes que la Salud junto con la Educación son las claves para construir pueblos de verdad, donde la vida diaria tenga horizonte, sentido humano. Tía Clotilde fue perdiendo la visión porque frecuentaba las aguas, aparentemente cristalinas de un manantial cercano, pero que los análisis indicaron que esas aguas provenían de los relaves de un mina de carbón. Y el carbón cubrió de negro la Vida.



La esperanza está en manos de las nuevas generaciones, de un Estado moderno, eficiente, honrado. Marco, el hijo mayor de Enrique, especialista en planificación de programas de salud, convocó una vez más, en su casa, junto con su esposa Rosa. Más de cien personas. Hubo, por cierto ausentes. El documental, dedicado a Amelia Alegre (Huaylas 1916-Noviembre 2016), ratifica que el futuro no es obra de muchos, sino de los que saben soñar. Felicitaciones a Cecilia Hidalgo Alegre, directora y productora del Documental:



REFERENCIAS

https://www.facebook.com/cecilia.hidalgoalegre?fref=ts

Documental de Cecilia Hidalgo Alegre




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