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La guerra que no llegó a ser

 José Saramago

08-11-2008

¿Y ésta? En Marzo de 1975, y más concretamente en el mes siguiente, nos llegaron rumores a Portugal del desagrado del gobierno español, entonces presidido por Carlos Arias Navarro, acerca de los caminos, peligrosos a su entender, que la revolución portuguesa estaba tomando.


La derrota del golpe militar derechista del 11 de Marzo, de la que el general Spínola había sido inspirador y jefe, tuvo como inmediata consecuencia la revitalización de las fuerzas políticas de izquierda, incluyendo las organizaciones sindicales. Según parece, Arias Navarro entró en pánico, hasta tal punto que, en un encuentro con el vicesecretario de Estado norte-americano Robert Ingersoll, manifestó la idea de que Portugal era una seria amenaza para España, no sólo por el cariz que la situación estaba tomando allí, sino también por el apoyo exterior que podría obtener y que sería hostil con España. El paso siguiente, según Arias Navarro, podría ser la guerra. De la información que, a continuación, Ingersoll le transmitió al secretario de Estado Henry Kissinger, consta lo siguiente: “España estaría dispuesta para lanzarse sola al combate anticomunista si fuera necesario. Es un país fuerte y próspero. No quiere pedir ayuda, pero confía que tendrá la cooperación y la comprensión de sus amigos, no solo en interés de España, y también de todos aquellos que piensan de la misma manera”. En otra conversación el 9 de Abril con Wells Stabler, embajador de Estados Unidos, Arias Navarro dijo que “el Ejército español conoce los peligros del comunismo por su experiencia en la Guerra Civil y está totalmente unido”.

¿Y ésta? Nosotros, aquí, preocupados en poner de pie, contra los mil vientos y mareas de dentro y los que se estaban preparando fuera, un futuro más digno para Portugal, y nuestros vecinos, nuestros hermanos, tramando con Estados Unidos una guerra que probablemente nos dejaría destruidos y, sin duda, malherida a la propia España. Después de las conversaciones que Franco mantuvo en el pasado con la Alemania de Hitler de cara a repartir, este cromo para mí, este para ti, las colonias portuguesas, flotaba sobre nuestras cabezas la amenaza explícita de una invasión para la que solo faltó tal vez el sí de Estados Unidos.

¿Tendré que decir que no fue por esto por lo que escribí La balsa de piedra?





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