JULIÁN CALLEJO.- Esta noche la ausencia de concesiones ha conseguido que Siroco sea un lugar inaccesible. Que incluso en la barra se amontonen los melómanos no por la ansiedad del hígado, sino porque no hay sitio más cerca del escenario. Evidentemente todos somos humanos y el alcohol circula generosamente. Pero el centro de gravedad está detrás de una muralla de cabezas, casi imposible de ver aunque, por suerte, desde este rincón podemos escuchar sin demasiada dificultad las evoluciones de la banda (felicidades a la sala por suprimir puntos oscuros para el sonido).
No se trata de una propuesta fácil la de estos ubetenses que procuran hacer difícil el acceso a su blues espeso y cargado de ironía y humor. Su fraseo es similar al del cante hondo, retórico, calmado, sin prisas por terminar o cerrar la idea que están desarrollando; incluso sin intención de hacerlo. Aunque cuesta llegar a ello, es hedonismo, recrearse en el momento, olvidar que hay un final. Y tranquilos, que tarde o temprano nos adaptamos a su tempo y comenzamos a notar las mismas vibraciones que los mueven, canción a canción.
Tienen también mucho de The Doors, sobre todo esa manera de concebir la música como un viaje. Restringido a pocos privilegiados, los que logran adaptar sus esquemas a cierta falta de reglas. Pero también raramente accesible, gracias a unos textos que repiten ideas, imágenes en ocasiones incomprensibles y en otras de una lógica aplastante o de una perfecta cotidianidad, desde llegar a casa y estar matao hasta preguntarse qué se puede sentir al matar un gatito.
Avanzar es comprenderlos. Su juego es el del género, la repetición, cierto placer basado en la monotonía, suprimir cualquier idea de tiempo, o limites, acabar con la estructura de canción. Esencialmente hacen instrumentales con voces, solos de guitarras y coros, bajo y batería sosteniendo la estructura de los temas. No llegan a ser realmente rotundos, pero tienen un poder hipnótico raro, una manera torcidera de seducir al oyente. No me extraña que tiren de referencias diabólicas… Saben parecer una serpiente.
El final es su versión huracanada de lo que debiera ser el country-blues, y la canción la más reconocible de todo el concierto, con estrofas y solos de guitarra… Aunque sin estribillo.
Fotos: Julián Callejo/ZM